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miércoles, 16 de mayo de 2018

La madurez de Tarantino


Solo en una ocasión me ha emocionado completamente el cine de Quentin Tarantino. La violencia de Reservoir Dogs (1992) y el ingenio de Pulp Fiction (1994) aparecen bastante disminuidos en Jackie Brown (1997), pero la profundidad de sus personajes y la sobresaliente puesta en escena del director norteamericano hacen de su tercera película un largometraje mucho más equilibrado que los dos anteriores, sin perder, en esencia, el punto burlón y desmitificador de su mundo cinematográfico ni salir de los márgenes estilísticos del celuloide independiente estadounidense.


A partir de una novela de Elmore Leonard titulada Cóctel explosivo, y rodeándose de un plantel de actores soberbio, Tarantino elabora un largo y sobrio relato hecho de debilidades, miedos y recelos, pero también de esperanza, humor (negro) y ternura, de contradicciones humanas estampadas en un cuadro de cine negro de ritmo pausado y perfectamente trabado. Si los personajes interpretados por Samuel L. Jackson, Robert de Niro y Bridget Fonda incorporan en sus composiciones la extravagancia comúnmente asociada a Tarantino, los que cobran vida a través de Pam Grier —antigua reina del blaxploitation recuperada para la fama— y Robert Forster son el contrapunto al disparate de aquéllos, adultos que asumen con elegancia el escepticismo que da la edad y las paradojas de la existencia, pero que no quieren tirar la toalla, amargarse la vida o perder la ilusión.

Llena de escenas memorables, Jackie Brown alcanza su clímax al narrar desde tres puntos de vista diferentes el momento clave de la intriga, dando Tarantino un punto surrealista e irresistible a la acción. La planificación austera del autor de Malditos bastardos (2009) mantiene el tono contenido aun cuando la tensión se acrecienta, lo que da a la narración una distancia sobre los hechos contados que lanza sobre el espectador cualquier juicio moral acerca del comportamiento de los protagonistas. Si sumamos a lo expuesto la presencia —además— de Michael Keaton, la deliciosa música seleccionada por el director y una duración de dos horas y media que pasan como un suspiro, tendremos el porqué de un filme magistral cuya categoría está muy lejos, en mi opinión, de cualquier otro de un cineasta, Quentin Tarantino, sobrevalorado en su conjunto pero sobresaliente en su tercer paso por la pantalla grande.