Solo en una ocasión me ha emocionado completamente el cine de Quentin Tarantino. La violencia de Reservoir Dogs (1992) y el ingenio de Pulp Fiction (1994) aparecen bastante disminuidos en Jackie Brown (1997), pero la profundidad de sus personajes y la sobresaliente puesta en escena del director norteamericano hacen de su tercera película un largometraje mucho más equilibrado que los dos anteriores, sin perder, en esencia, el punto burlón y desmitificador de su mundo cinematográfico ni salir de los márgenes estilísticos del celuloide independiente estadounidense.

Llena de escenas memorables, Jackie Brown alcanza su clímax al narrar desde tres puntos de vista diferentes el momento clave de la intriga, dando Tarantino un punto surrealista e irresistible a la acción. La planificación austera del autor de Malditos bastardos (2009) mantiene el tono contenido aun cuando la tensión se acrecienta, lo que da a la narración una distancia sobre los hechos contados que lanza sobre el espectador cualquier juicio moral acerca del comportamiento de los protagonistas. Si sumamos a lo expuesto la presencia —además— de Michael Keaton, la deliciosa música seleccionada por el director y una duración de dos horas y media que pasan como un suspiro, tendremos el porqué de un filme magistral cuya categoría está muy lejos, en mi opinión, de cualquier otro de un cineasta, Quentin Tarantino, sobrevalorado en su conjunto pero sobresaliente en su tercer paso por la pantalla grande.