Producido por Steve Albini, el primer elepé de Pixies (Surfer Rosa, 1988) ya contiene con claridad el discurso musical que el grupo de Boston elaborará en tres discos más hasta separarse en 1993 convertido en referencia principal e ineludible del rock alternativo. Continuando una senda abierta por Hüsker Dü, Replacements o Jesus And Mary Chain, que a su vez se había alimentado del rock velvetiano, el high energy, el punk rock y el hardcore, Pixies es capaz de seguirla según parámetros particulares, ésos por los que cualquiera reconoce las canciones escritas por Black Francis y puestas en escena por éste, Kim Deal, Joey Santiago y David Lovering. Responden Bone Machine, Break My Body, Broken Face, Gigantic (cantada por Deal, que también colabora en su composición), River Euphrates, Where Is My Mind? (influencia descarada de cientos de temas posteriores: escuchen y cotejen con famosísimos éxitos de los noventa como Zombie o Creep), Cactus o un Vamos cogido de Come On Pilgrim (epé de debut de la banda) para alargarlo y potenciar sus ecos Stooges/Cramps/Gun Club —paramos por no citar los trece cortes del plástico—, a instintos de creación propios, a vaharadas de sonidos nacidos del rock and roll más crudo regurgitados en melodías, estructuras y alaridos de fabricación artesanal. Melodías, estructuras y alaridos que Doolittle, Bossanova y Trompe le monde ensancharán hasta completar una primera etapa esencial e impoluta (la segunda y todavía viva no tiene comparación) cuyas bases había sentado este Surfer Rosa que ha envejecido magníficamente.
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jueves, 5 de enero de 2023
domingo, 16 de agosto de 2015
Trompe le monde
Entre 1987 y 1991 los Pixies publicaban un epé y cuatro elepés que les convertían en referencia esencial del rock independiente o alternativo de su época. Casi un cuarto de siglo después, visto hasta donde han llegado las redes de sus influencias, y con la ineludible perspectiva del tiempo, podemos afirmar que el campo de acción de su obra se ha trasladado a cualquier tiempo y lugar, tal es la calidad, la exquisitez de la misma.
Trompe le monde (1991), último de aquellos trabajos, verá la luz paradójicamente un día antes que el Nevermind de Nirvana, el disco que hará visible y exitoso lo que hasta entonces era subterráneo o raro para el público mayoritario, y en el que el grupo de Kurt Cobain se beneficia (con acierto) de muchos de los hallazgos, timbres y estructuras del cuarteto de Boston. Como los álbumes que le preceden, el cuarto de larga duración de los Pixies es igual de imprescindible, descomunal y creativo que Come On Pilgrim, Surfer Rosa, Doolittle y Bossanova, y especialmente abrasivo en el plano sonoro. Trompe le monde sigue encontrando matices en el discurso inconfundible, asentado y demoledor del cuarteto de Boston, cargado de canciones (quince) que defienden su individualidad sin miedo de sumarse al conjunto.
No hay tregua en los ocho primeros cortes, a pesar del toque pop y psicodélico de Alec Eiffel, dedicada al autor de la famosa torre parisina. Entre ellos, una muy convincente versión de Head On, original de Jesus And Mary Chain —banda, la escocesa, que bebe de fuentes similares a las de Pixies en busca de caminos propios— que encontramos en su tercer plástico; un potente medio tiempo cuyo riff huele a los Clash de Should Stay Or Should I Go, U-Mass, con la Universidad de Massachusetts como motivo; o una carta, si así se quiere, a los orígenes del rock and roll (Letter To Memphis) que surge, sin solución de continuidad, de Palace Of The Brine, soberbio engarce que supone una de las cumbres de un disco lleno de ellas. Regada por los teclados de Eric Drew Feldman, Bird Dream Of The Olympus Mons parece un pequeño oasis de sosiego que el posterior desarrollo de la canción niega. Siguen aullando las guitarras de Joey Santiago y Black Francis y la voz de éste hasta que la entrada de las seis cuerdas acústicas en Lovely Day y Motorway To Roswell hace que pierda peso la electricidad, que no la intensidad, garantizada de principio a fin por el bajo de Kim Deal y la batería de David Lovering. The Navajo Know, suerte de ska espacial y discotequero, echa el cierre a Trompe le monde, aunque en realidad lo haga a una carrera indiscutible, corta y perfecta que tendrá una continuación innecesaria hace bien poquito. Lo bueno ya había terminado a principio de los años noventa.
viernes, 16 de marzo de 2012
Doolittle
Heredero de la ética del punk y la new wave, el llamado rock independiente o alternativo que nace en los años ochenta —y que llegará a lo más alto de las listas de la mano de Nirvana y Nevermind a principios de la década siguiente para que su nombre pierda sentido— puede caer en el ridículo al tratar de ser descrito, debido a la informidad de su propia naturaleza. Sin embargo, no nos puede llevar ello a negar la existencia de un movimiento que tuvo como uno de sus exponentes artísticos más elevados e impolutos a los Pixies, que precisamente se separaban cuando Nirvana estaba en la cresta de la ola y lo independiente devenía éxito industrial o mainstream, que dirían los anglosajones.
Aunque toda su (corta) obra resulta muy sugerente, es para mí Doolittle, segundo elepé de 1989, el más sobresaliente de sus trabajos, convertido a estas alturas en todo un clásico del rock and roll. Quince canciones excelentes de Black Francis (que sólo en Silver cuenta con la ayuda de Kim Deal en la composición), no tan agresivas quizá como las del espectacular Surfer Rosa, pero un punto por encima en su calidad, lo que es mucho decir. El sonido sigue marcado por las mordaces guitarras poshardcore de Francis y Joey Santiago y las notas del prominente bajo de Deal, pero apuntalando el muro de ruido vive un alma (nada cándida) pop que llena de melodía los temas. Sale a relucir ese alma con mayor obviedad en
No alcanzará ya el grupo de Boston el nivel aquí relatado, pero tanto en Bossanova como en Trompe Le Monde tendrá todavía mucho que decir hasta convertirse en parte de la historia del rock y referente indispensable de su tiempo. Unos tales Kurt Kobain, Chris Novoselic y Dave Grohl, al menos, lo tenían muy claro antes de entrar a grabar el disco que vendería las millones de copias con las que no podían ni soñar quienes habían iniciado el camino.
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