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jueves, 25 de abril de 2024

Murray Street

Con Jim O'Rourke a tiempo completo, bien al bajo, bien a la guitarra, Sonic Youth factura como quinteto un elepé que mantiene la óptica por la que desde mediados de los años noventa, y de maneras diferentes, apuesta el grupo. Canciones largas (cuatro de las siete superan los seis minutos) de vocación exploratoria que en Murray Street (2002) adquieren cierta laxitud muy alejada de los primeros años de los autores de Sister.

The Empty Page abre perezosa hasta que descarga una breve tormenta noise (la que siempre se espera cuando se trata de Sonic Youth). Vuelve la (relativa) calma durante el resto del tema, calma que Disconnection Notice mantiene —solamente puesta en entredicho por los punteos de la guitarra eléctrica— durante su hermoso vagar en el que hay conexiones con la Velvet y Dream Syndicate. Rain On Tin no abandona los parámetros descritos, pero antes de llegar a mitad del camino desarrolla un lento crescendo que desemboca en una mínima furia disonante para volver a repetir estructura aun sin desbocarse los instrumentos. Karen Revisited, o la pieza más larga gracias a sus once minutos, remite al Karen Koltrane de A Thousand Leaves y contiene los fragmentos más radicales y vanguardistas del trabajo, que asaltan el tema durante un extensísimo tramo cercano a Cluster y epígonos que ocupa dos tercios largos de aquél. Radical Adults Lick Godhead Style es un corte normal en comparación con su antecesor, incluso ligeramente pegadizo, si bien su sonido se extrema en su parte final, ayudada la banda por los brutales saxos de Jim Sauter y Don Dietrich. Miniatura de disco funk alterado, Plastic Sun cede el sitio a Simpathy For The Strawberry (Stones y Beatles reunidos) para que eche el cierre en una línea experimental y psicodélica no tan acusada como la de Karen Revisited, si bien igualmente espléndida.

Que la grabación haya sufrido un retraso por los ataques del 11 de septiembre al World Trade Center no parece haber afectado al resultado del álbum, pero es cierto que un atentado de semejante magnitud y transcendencia deja su poso, más aún si el estudio donde trabajas está en una calle muy cercana a donde sucedieron los latigazos aéreos y asesinos. La calle que da nombre a Murray Street.


 

lunes, 11 de julio de 2022

Dirty

Si alguna vez estuvo Sonic Youth cerca de ser un grupo de rock al uso fue en la primera mitad de los años noventa al bordo del acorazado Geffen. Favorecida por el avance y consolidación crematística del grunge y el indie y la estancia en una multinacional su música sumó adeptos (coyunturales y no) que aceptaban el injerto noise y el garabato atonal en unas estructuras más comerciales que las que habían puesto en pie las canciones de Bad Moon Rising o Sister.

Evidentemente, la escucha de Dirty (1992), incluso de sus cuatro singles: 100%, Drunken Butterfly, Sugar Kane y Youth Against Fascism, rebaja mi afirmación sobre las "estructuras más comerciales", pues los ataques de disonancia eléctrica, la agresividad de ciertos pasajes y el constante adorno vanguardista (no se está quieto el cuarteto) hacen que, aun parcialmente revestida, nos hallemos ante la misma banda insobornable de siempre. La producción de Butch Wig funciona como reclamo perfecto para el comprador de Nevermind (en ese momento Nirvana vende más que nadie) pero no trastoca los planes artísticos de los autores de Goo.

Dirty y las circunstancias dieron mayor accesibilidad a su música, cierto; visto treinta años después, sin embargo, hablamos de un trabajo soberbio de un grupo que escribía con similar caligrafía en un contexto favorable a su radicalidad inexorable. Que sus composiciones tuvieran más gancho o poder radiofónico no oculta la verdadera condición de Sonic Youth, que nunca en sus tres decenios de vida se plegó a nada para tener éxito: si éste llegó —relativo— fue por su tozudez e intrasigencia. Las de estos quince temas y su hora de duración, también.


 

lunes, 12 de abril de 2021

NYC Ghosts & Flowers

El primer disco de Sonic Youth com Jim O'Rourke a bordo (fuera de la serie SYR) no será recordado como el mejor de sus trabajos, pero sí que es una buena colección de canciones que en su momento álgido —los cerca de ocho minutos de la pieza que da título al álbum casi al final del mismo— alcanza el sobresaliente. NYC Ghosts & Flowers (2000) es también el disco posterior al famoso robo de guitarras y bajos que sufre la banda neoyorquina un año antes de su publicación, instrumentos arreglados para lograr un sonido específico y cuya desaparición supone un duro golpe para los autores de Goo. Sobreponiéndose al mismo, el grupo continúa amarrado a su visión única de la música del diablo, noise rock que recorre los habituales caminos serpenteantes con calidad y criterio aunque solo emociona absolutamente en la mencionada NYC Ghosts & Flowers, que en su último tramo se convierte en un asalto extremo de gozosa distorsión atonal. No estamos, pues, ante una obra maestra de Sonic Youth, pero sí que se mantiene incólume la lealtad a sus principios, estilo inconfundible que a muchos nos hace disfrutar de todas y cada una de sus grabaciones. Durante sus tres décadas de vida no entregó una sola carente de interés.


jueves, 25 de febrero de 2021

Sister

Paso previo al del apabullante Daydream Nation, Sister (1987) es otra obra maestra de Sonic Youth y el rock alternativo de los años ochenta, con Steve Shelley ya asentado como baterista de la banda y parte esencial de un sonido que, sin perder la pasión por el ruido (que diría Barricada) ni la actitud punk, apuesta por una vertebración más tradicional de las canciones, si es que el vocablo tradicional puede utilizarse al hablar de los autores de Evol. En efecto, cualquiera que acuda aquí buscando melodías a lo Platters o The Mamas And The Papas, por ejemplo, puede llevarse tal chasco y salir tan asustado que capaz será de acuchillar a quien se haya atrevido a afirmar, como servidor, lo que recoge la primera frase de este texto. Controlar el caos eléctrico y el ritmo desbocado y hacer de la pulsión disonante composición pop; tratar de que el hardcore atonal torne himno callejero y dejar espacio para la improvisación hija del free jazz y del krautrock: estas tres podrían ser las consignas de un grupo que se resiste a abandonar la inmediatez o a rendirse a su prurito avant-garde, tal y como hará en la década de 1990 con Washing Machine, A Thousand Leaves o la inauguración de la serie SYR. Ejemplo de lo comentado serían —yuxtaponiéndose y contrastando— la versión del Hot Wire My Heart de Crime y los cinco minutos de Cotton Crown, la pieza más larga del trabajo, aunque también valdría la pareja (I Got A) Catholic Blood (tremendamente creativas las baquetas de Shelley) y Beuty Lies In The Eye. El resto, la influencia de Philip K. Dick en el concepto del elepé, la censura de la portada al aparecer en su esquina superior izquierda una menor y el tema extra en la versión digital (el espléndido Master=Dik del homónimo epé), poco aportan a la valoración global de Sister, grabado por una banda en plenitud de facultades, con las cosas muy claras y que al año siguiente multiplicaría por dos la apuesta.



miércoles, 25 de julio de 2018

A Thousand Leaves


La sobreabundancia noise del final de Washing Machine —esa extensísima y colosal pieza llamada The Diamond Sea— y los primeros volúmenes de las Sonic Youth Recordings hacían predecible un álbum de canciones largas como A Thousand Leaves (1998), aunque no la rebaja de agresividad en alguno de los pasajes del mismo. Sea como fuere, y antes de pasar al análisis detallado, diré que a mí es un disco que me gusta mucho, y que, en lo básico, los axiomas estéticos de Sonic Youth se mantienen intactos.

Pura vanguardia enrocada y altiva, Contre le sexisme es una orgullosa declaración de principios artísticos y políticos a la que sigue Sunday, espléndida canción pop para describir el séptimo día de la semana (aquél en el que según la mitología bíblica Dios descansó) a la que no falta el clásico (y fulgurante) injerto atonal de la banda. El minimalismo hipnótico y poético de Female Mechanic Now On Duty se dispara hasta los casi ocho minutos, si bien Wildflower Soul supera los nueve en su bella recopilación de leitmotivs sonoros del cuarteto neoyorquino. Hoarfrost y French Tickler rebajan duración y electricidad (aunque el segundo de los temas tenga accesos de furia muy de la casa), calma tensa que asimismo se traspasa a la majestuosa Hits Of Sunshine (For Allen Ginsgberg), once minutos en recuerdo del mítico poeta Beat, y, en parte, a Karen Koltrane, si bien sus imprescindibles nueve minutos contengan mayores distorsión y disonancias. Irónica, mordaz, hiriente: así se me aparece la Kim Gordon que impreca al oyente en The Inefable Me. Snare, Girl apuesta por la laxitud antes de que Heather Angel —endureciéndose conforme avanza— concluya un álbum cercano a la hora y cuarto en el que Sonic Youth reflejaba los inevitables cambios que traen la madurez y la paternidad. O las ganas de investigar y avanzar de un grupo que con A Thousand Leaves demostraba que se puede crecer y matizar sin perturbar en lo más mínimo tu (radical) enfoque fundacional.

lunes, 8 de agosto de 2016

Goo


Goo: o cómo lo independiente y underground pasó a ser pasto de mayorías que el Nevermind corroboró, infló e hizo que no hubiera vuelta atrás. El fichaje de Sonic Youth por Geffen y la publicación en 1990 de su primer disco con la multinacional fueron vistos por algunos como una traición a una ética de trabajo indivisible de la estética musical que de aquélla se deducía. La escucha pormenorizada del álbum revela que, al menos en el caso del grupo neoyorquino, dicho planteamiento se releva como un sofisma apriorístico, pues no se pierde en el camino su frondosa radicalidad ni renuncian los autores de Sister a su cruzada noise y vanguardista. Propulsado por un Steve Shelley pletórico —el baterista que más me emociona de su generación—, el cuarteto se adentra en el mainstream con la intención de ganar adeptos sin mermar en absoluto su concepto artístico ni olvidarse de la libertad creativa. No viaja Sonic Youth a la fama, simplemente deja que se acerque siempre que el discurso, las estructuras y los acordes sigan siendo los que sus miembros pongan sobre la mesa, no los que se suponen necesarios para vender discos. Quien todavía a día de hoy mantenga que Goo altera fundamentalmente las premisas de Daydream Nation (incluso las de Bad Moon Rising, seamos tajantes) es que se guía por los prejuicios de un mundo en el que solo lo minoritario es auténtico y está prohibido entrar en una gran compañía bajo pena de excomunión. Síntomas de dejadez, miedo o —peor— idiocia que ahorran cualquier esfuerzo analítico e incapacitan para absorber la exuberante belleza de un elepé esculpido mediante guitarras soberbias de Thurston Moore y Lee Ranaldo y ritmos salvajes no incompatibles con ese "cierto refinamiento" del que hablaba Shelley en 1992. "Es cierto que hay una espontaneidad en las maquetas que no está en el disco", afirmaba, y, aunque esto sea a, la estilización que sufren las canciones en su versión definitiva no intenta comerse o soslayar su crudeza. El garage, el punk y el high energy conviven con las habituales disonancias y la concisión pop se convierte de repente en experimento abrupto y ajeno a las convenciones de la industria. ¿Que Kool Thing y su vídeo tuvieron éxito en la MTV? Pues vale, pero el tema es sensacional y en él escuchamos a Chuck D, en un momento en que Public Enemy graba álbumes tan extraordinarios e insobornables como los de la banda de Kim Gordon. En definitiva, no modifica Sonic Youth su actitud en Goo (a pesar de que tuviera que abandonar —exigua cesión— el título de Blowjob para él), no rebaja calidad o energía, ni intenta hacer comercial su estilo; simplemente amplia el espectro de la exploración sin salirse del terreno cultivado por la intransigencia de quien no da su brazo a torcer a pesar de ser David Geffen, o precisamente por ello, quien vaya a editar tus obras. Que sus maneras (suavizadas) se pusieran de moda y unos cuantos intentaran sacar tajada de ello, nada tiene que ver con el resultado de un álbum sobresaliente.

martes, 15 de septiembre de 2015

SYR 1


En paralelo a su carrera con Geffen —más accesible, no por ello menos creativa—, Sonic Youth publicó desde 1997 hasta su disolución en 2011 (solo el tiempo dirá si definitiva) una serie de grabaciones bajo el paraguas del sello creado ad hoc por el grupo: Sonic Youth Recordings. Nueve en total, cada una de ellas llevaba como título las siglas de la discográfica seguidas del número cardinal que correspondía al trabajo en cuestión, era editada en una lengua diferente y no sabía nada del vocablo concesión. SYR 1, la primera referencia que ve la luz, consta de cuatro temas titulados en francés con el nombre de piezas de Mauricio Kagel y se ajusta a la radicalidad sonora que de ella se puede esperar. Veintidós minutos instrumentales de electricidad atonal y disonancia poética en los que sobresale el primero y más largo de los cortes, Anagrama, para mí uno de los mejores temas registrados por el cuarteto neoyorquino. Yuxtapuestas, Improvisation ajoutée y Tremens son dos piezas breves y muy imaginativas a las que sigue Mieux: de corrosion, noise abrupto y descarnado —en la tradición de la vanguardia más extrema— que une a los Stooges y Suicide con Cluster y cierra el disco. Toda una delicatessen digna de Goo, Washing Machine o A Thousand Leaves, pero carente del más mínimo gancho comercial. Por supuesto, ahí es donde reside su atractivo.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Daydream Nation

  
Quizá fue la portada de Gerhard Richter; quizá su título; quizá el hecho de ser doble; quizá que significara el fin de la independencia discográfica: indudablemente la calidad de su contenido. El hecho es que Daydream Nation (1988) ha quedado como canon y cumbre de la obra de Sonic Youth —la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos lo incluyó hace unos años entre el legado cultural patrio que protege—, cuando discos anteriores (Evol, Sister) o posteriores (Goo, Washing Machine) son en mi opinión tan importantes y soberbios como el mítico álbum del cuarteto neoyorquino. En realidad, de Sonic Youth hay que hablar como un continuo que nunca ha cedido a estupideces ajenas a su arte, ni siquiera cuando la banda ficha por Geffen y pasa a compartir sello con Guns N' Roses después de haber publicado Daydream Nation.


Himnos del power pop atonal cortados por pequeñas raciones de ruido extático, Teenage Riot y Silver Rocket son dos de los temas más pegadizos escritos e interpretados por Thurston Moore y sus compañeros, con los que contrasta el lirismo noise de The Sprawl, clásica inmersión de Sonic Youth en la pura libertad sonora patentada por el grupo. 'Cross The Breeze, tras una pequeña introducción, abre la segunda cara en forma de veloz ataque hardcore que se ralentiza (que no ablanda) cuando Kim Gordon se encarga de las partes vocales. El primer y segundo motivo se recuperan (sin que ya nadie cante) y la misma introducción vuelve a servir de despedida. Lee Ranaldo nos habla del Eric's Trip en un zarpazo realmente intenso que precede a Total Trash, colosal clausura del primero de los elepés en el que las guitarras de Moore y Ranaldo, el bajo de Gordon y la batería de Steven Shelley ahogan feroces la melodía de la composición. Hey Joni es punk, es high energy, es noise, es pop… iba a decir que es Sonic Youth. Providence es una breve pieza instrumental en la que el piano de Thurston Moore puntúa el sonido de la destrucción. Candle entronca con Teenage Riot y Silver Rocket en su condición de pop emblemático que no pierde su carácter a pesar de ser noqueado por los garabatos eléctricos y las estructuras sorpresivas de los autores de Dirty. Rain King significa el último asalto de la tercera cara, donde los probables ecos de hard y garage rock son sepultados por la abrupta personalidad de una banda que solo suena a sí misma, que resulta imparable y que no tiene rival. (Atención en especial a la genuina y feroz percusión de Steven Shelley.) La inmediatez de Kissability y sus tres minutos ejercen de inevitable contraste con el casi cuarto de hora de la trilogía que culmina ese proceso de indagación y certezas que supone cualquier trabajo de Sonic Youth (si bien las últimas se hayan hecho mayores conforme se ha ido afianzando su discurso). Los tres motivos que la componen (The Wonder, Hyperstation, Eliminator Jr.) bien pueden servir como epítome de todo lo que hasta entonces ha sucedido: la belleza y la fealdad —lo adivinó Picasso— formando parte del objeto artístico sin caer en contradicción alguna. El ruido y la melodía —palabras que ya han aparecido en este texto— interaccionan, sin planteamientos teóricos previos, en el formato tradicional de la canción rock. No hay consideraciones intelectuales que sostengan el edificio (lo que sí sucede muchas veces con la vanguardia del siglo XX), pues la música fluye rotunda y poderosa y nunca huye de su calidad de popular.


Independientemente de la riqueza y coherencia de la totalidad de su corpus y de que haya otros elepés de Sonic Youth que tengan el nivel de Daydream Nation, no se puede negar su categoría icónica y el que estemos ante una de las obras maestras absolutas del rock de los años ochenta, publicada curiosamente poco después del Tender Prey de Nick Cave y sus Bad Seeds y poco antes del Bug de Dinosaur Jr.: tres álbumes y tres grupos esenciales para entender ese magma alternativo que tornará exitoso en la década siguiente… aunque sin nombres por lo general tan conspicuos. Como el de los creadores del ambicioso doble que nos ha ocupado, desde luego que ninguno.

miércoles, 22 de febrero de 2012

The Eternal


Cualquiera que siga Ragged Glory conoce la admiración que en esta casa se siente por Sonic Youth. No sólo por considerarlo el mejor grupo nacido en los años ochenta, que también, sino por haber seguido siendo coherente durante sus treinta años de existencia, fiel a unos principios plásticos radicales y fulgurantes. The Eternal (2009) —primer álbum para Matador tras dejar Geffen— no reinventa a la banda, pero la contempla en todo su esplendor gracias un soberano elepé que se acerca a hitos del pasado como Washing Machine o Daydream Nation. Melodías pop que se conjugan con hirientes guitarras y crudos pasajes atonales, referencias que van de Neu! a Minor Threat, la habitualmente exquista percusión de Steve Shelley, independencia de modas o industrias… Sonic Youth en estado puro, sí, pero también de gracia. El atractivo cuadro (Sea Monster) de John Fahey  de la portada, la fotografía interior de Johnny Thunders en 1973 tras un concierto de los Stooges y la dedicatoria ("Ron Asheton forever") al guitarrista de los maestros de la alta energía, fallecido ese mismo año, son detalles que engrandecen el disco, un conjunto de doce canciones que prueba que todavía hay —siquiera como excepción— vida y caminos en el rock and roll. Que sean personas que sobrepasan los cincuenta quienes nos lo tengan que recordar es, como mínimo, deprimente.


viernes, 11 de marzo de 2011

Washing Machine

Suele ser habitual situar la cumbre de Sonic Youth a finales de los ochenta, valiéndose para ello de Sister y, en mayor medida, de Daydream Nation como jalones musicales que estilizan sus primeros discos sin rendirse a las asechanzas del mercado. No seré yo quién lo discuta, menos aún pondré en duda la validez de obras de tal vigor y belleza como las nombradas. Pero sí que he de afirmar que la carrera posterior del grupo de Thurston Moore jamás ha caído en el aburguesamiento —high energy, punk, hardcore, krautrock, free jazz y todo tipo de vanguardias musicales, pictóricas y literarias (con la Velvet Underground y Nueva York como ejes referenciales) conforman el radical universo de un grupo (más bien una institución, con sus treinta años a cuestas) cuya aplastante personalidad se erige cual túmulo que entierra sus referencias y las convierte en arte con mayúsculas, inconfundible e insobornable— y ha dado trabajos que poco o nada tienen que envidiar a lo más reputado de su producción.

Washing Machine (1995) destaca entre dichos trabajos como una obra maestra descomunal, para mí, quizá, el mejor de sus elepés. Sin apenas el hálito garagero de los anteriores Dirty y Experimental Jet Set, Trash And No Star, Washing Machine es un disco complejo, difícil, del que no es posible hablar sin mencionar los veinte minutos finales de The Diamond Sea en los que desemboca el río de electricidad atonal en formato rock por el que ha navegado el oyente. Veinte minutos que parten de una hermosa melodía pop que, poco a poco, va deconstruyéndose. Son primero las guitarras las que se endurecen hasta oscurecer la melodía y dar lugar a dos minutos de ruido violento y abrasivo. Como si volviéramos del infierno, el motivo principal es recuperado, pero no para caer en el cielo; dicho motivo va perdiéndose de nuevo, sin prisa pero sin pausa, y es sustituido, ya hasta el final, por el delicado y sensorial pandemónium que construye Sonic Youth, para quien esto escribe momento cumbre, solemne, de su carrera y, por ende, de la historia del rock and roll.

Antes, soberbias piezas como Becuz (de extraordinaria interpretación), Junkie's Promise, Washing Machine o Skip Tracer han puesto sobre aviso de lo que se avecina. Y lo que se avecina, junto lo que le ha precedido, al igual que decíamos del Ascension de John Coltrane, sólo puede dejar paso al silencio, pues es éste la única réplica que encuentra en la naturaleza, sobrecogida por el artificio humano. Igual de sobrecogido que queda el receptor (quien no haya salido espantado ante propuesta tan extrema: las hay más, y del propio grupo) de Washing Machine, uno de los pocos trabajos de su tiempo que mira cara a cara y sin temor alguno a los mejores discos del periodo dorado de la música rock. Porque, como el grupo que lo parió, es exactamente igual de bueno.