jueves, 18 de septiembre de 2014
Daydream Nation
Quizá fue la portada de Gerhard Richter; quizá su título; quizá el hecho de ser doble; quizá que significara el fin de la independencia discográfica: indudablemente la calidad de su contenido. El hecho es que Daydream Nation (1988) ha quedado como canon y cumbre de la obra de Sonic Youth —la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos lo incluyó hace unos años entre el legado cultural patrio que protege—, cuando discos anteriores (Evol, Sister) o posteriores (Goo, Washing Machine) son en mi opinión tan importantes y soberbios como el mítico álbum del cuarteto neoyorquino. En realidad, de Sonic Youth hay que hablar como un continuo que nunca ha cedido a estupideces ajenas a su arte, ni siquiera cuando la banda ficha por Geffen y pasa a compartir sello con Guns N' Roses después de haber publicado Daydream Nation.
Himnos del power pop atonal cortados por pequeñas raciones de ruido extático, Teenage Riot y Silver Rocket son dos de los temas más pegadizos escritos e interpretados por Thurston Moore y sus compañeros, con los que contrasta el lirismo noise de The Sprawl, clásica inmersión de Sonic Youth en la pura libertad sonora patentada por el grupo. 'Cross The Breeze, tras una pequeña introducción, abre la segunda cara en forma de veloz ataque hardcore que se ralentiza (que no ablanda) cuando Kim Gordon se encarga de las partes vocales. El primer y segundo motivo se recuperan (sin que ya nadie cante) y la misma introducción vuelve a servir de despedida. Lee Ranaldo nos habla del Eric's Trip en un zarpazo realmente intenso que precede a Total Trash, colosal clausura del primero de los elepés en el que las guitarras de Moore y Ranaldo, el bajo de Gordon y la batería de Steven Shelley ahogan feroces la melodía de la composición. Hey Joni es punk, es high energy, es noise, es pop… iba a decir que es Sonic Youth. Providence es una breve pieza instrumental en la que el piano de Thurston Moore puntúa el sonido de la destrucción. Candle entronca con Teenage Riot y Silver Rocket en su condición de pop emblemático que no pierde su carácter a pesar de ser noqueado por los garabatos eléctricos y las estructuras sorpresivas de los autores de Dirty. Rain King significa el último asalto de la tercera cara, donde los probables ecos de hard y garage rock son sepultados por la abrupta personalidad de una banda que solo suena a sí misma, que resulta imparable y que no tiene rival. (Atención en especial a la genuina y feroz percusión de Steven Shelley.) La inmediatez de Kissability y sus tres minutos ejercen de inevitable contraste con el casi cuarto de hora de la trilogía que culmina ese proceso de indagación y certezas que supone cualquier trabajo de Sonic Youth (si bien las últimas se hayan hecho mayores conforme se ha ido afianzando su discurso). Los tres motivos que la componen (The Wonder, Hyperstation, Eliminator Jr.) bien pueden servir como epítome de todo lo que hasta entonces ha sucedido: la belleza y la fealdad —lo adivinó Picasso— formando parte del objeto artístico sin caer en contradicción alguna. El ruido y la melodía —palabras que ya han aparecido en este texto— interaccionan, sin planteamientos teóricos previos, en el formato tradicional de la canción rock. No hay consideraciones intelectuales que sostengan el edificio (lo que sí sucede muchas veces con la vanguardia del siglo XX), pues la música fluye rotunda y poderosa y nunca huye de su calidad de popular.
Independientemente de la riqueza y coherencia de la totalidad de su corpus y de que haya otros elepés de Sonic Youth que tengan el nivel de Daydream Nation, no se puede negar su categoría icónica y el que estemos ante una de las obras maestras absolutas del rock de los años ochenta, publicada curiosamente poco después del Tender Prey de Nick Cave y sus Bad Seeds y poco antes del Bug de Dinosaur Jr.: tres álbumes y tres grupos esenciales para entender ese magma alternativo que tornará exitoso en la década siguiente… aunque sin nombres por lo general tan conspicuos. Como el de los creadores del ambicioso doble que nos ha ocupado, desde luego que ninguno.
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Genial disco. Uno de esos trabajos que definen el concepto de alternativo junto con melvins, Husker Du, Flippee, Soundgarden, Dinosaur JR. Básico si quieres entender la música de Nirvana, por ejemplo. Gran entrada, Gonzalo. Que sepas que las imprimo para leerlas en la cama. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarMagnífico, Gonzalo ! Estoy de acuerdo en que ponerse a jugar al "pues a mi me gusta más este otro" (y variantes) resulta un mucho de chorras, si realmente se admira y quiere a esta sinpar formación, dado que de Evol o al menos desde Sister a la lavadora todo es un escándalo y fin, en consonancia a que, indiscutible, Daydream no se aparca solo en lo monolítico dentro de los más granado del indie rock (sin pops ni "indies" a secas que valgan) añejo y mejor, sino que debe valorarse como uno de los mejores dobles de esto del rock. Punto y sin más... Eso sí, no puedo estarme de comentar (como siempre que se tercia) que la batería de Shelley en "Silver rocket" es patrimonio de la galaxia que el mundo se le queda pequeño no lo siguiente. El 89 se lo birlaría en la última curva el maestro neoyorquino a la mona de los pixies pero, con todos los permisos a encaber, el 88 es para las velas negras (o lo és para mi al menos, con la única duda razonable del "if i should" poguero). Abrazos !
ResponderEliminarUn disco que me pillé porque todo el mundo hablaba bien de él y quería corroborarlo y aprehendérmelo en mi casita y... De un tiempo para otro, ha sido de los discos que más han marcado mi devenir como amante de la música.
ResponderEliminarQué bueno eso, Alex, me llevas a la cama, je je je. Y, sí, Nirvana no solo no se entendería sin Sonic Youth, sino que no llega al nivel de grupo de Lee Ranaldo (y eso que me encanta "Nevermind"). Gracias por tus palabras.
ResponderEliminarMuy de acuerdo, Guzz, un doble clásico de toda la era del rock and roll, como ese glorioso de Prince que hoy mismo has glosado. Por cierto, del 89, Pixies y Reed hablo en breve. Vete preparándote, amigo.
Pues me alegro, Víctor Hugo. Disco (y grupo) de ésos que dejan huella.
Abrazos.
Los soberbios logros de innovación y experimentación tienen en esta obra maestra otra virtud, la de no ocultar su impulso vital: estamos hablando de uno de los más grandes discos de rock and roll jamás grabados. Una entrada que le hace justicia.
ResponderEliminarGracias por lo de la entrada, Aldo. Un disco extraordinario, aunque SY los tenga igual de buenos, de ahí su grandeza.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Menudo pepinazo!, has dado en el clavo amigo Gonzalo, hablar ahora de este "Daydream Nation" es como darle todo el valor que tienen a las palabras más exactas, fuera de rodeos y circunloquios, ir al grano y llevarse el granero entero. Aquí ya no caben medias tintas, lo es todo, un disco que nació para quedarse para siempre, en la balda dorada por la que no transcurre nunca el tiempo.
ResponderEliminarAbrazos,
JdG
Amén a esa balda dorada, Javier. Creo que la siguiente entrada también te va a gustar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ignoraba que este disco tuviera tanta aceptación entre crítica y fans. Sinceramente nunca me enganchó, quizás por la extensión, quizás porque no les presté mucha atención o quizás porque con los SY se me generan sensaciones ambiguas según el disco a tratar. Abrazo.
ResponderEliminarA mí me parece un disco descomunal de un grupo igual de descomunal, ya sabes de mi admiración por los jóvenes sónicos.
ResponderEliminarUn abrazo, Johnny.