El tópico "vuelta a las raíces" —utilizado sin ton ni son en miles de ocasiones— parece cabal aplicado al Death Magnetic (2008) de Metallica. Sin entrar a valorar el discutible periodo de Bob Rock, es evidente que con Rick Rubin a los controles en lugar de Rock el grupo estadounidense retoma sonido y maneras similares a los de su primera época, la encuadrada en la década de 1980 y coronada por el colosal …And Justice For All. Sin llegar al nivel de éste, Ride The Lightning o Master Of Puppets —algo que habría resultado difícil—, James Hetfield, Kirk Hammett, Lars Ulrich y Robert Trujillo (en su primer disco como bajista del cuarteto) ponen en pie desde la inicial That Was Just Your Life el agresivo y poderoso cruce de heavy y trash metal, asumiendo características de ambos subgéneros, que dio lugar a su etapa dorada. Es innegable de todos modos, conforme avanza el álbum y escuchamos temas como The Day That Never Comes o The Unforgiven III, que la banda no es la misma y que la música más comercial o melódica practicada en los noventa ha quedado parcialmente incrustada en su ADN. Sin embargo, cañonazos espasmódicos como All Nightmare Long y My Apocalypse o no tan excesivos pero tremendos como The End Of The Line y The Judas Kiss sacan la bestia ochentera a la luz y nos hacen recuperar la fe en un grupo, Metallica, que cuando lo hace bien, y en lo suyo, apenas tiene rivales. Para lo que no estaba uno preparado, eso sí, era para el extraordinario Lulu que llegaría tres años después en compañía de Lou Reed. Aunque ésa sea otra historia de la que aquí ya hayamos hablado.
lunes, 16 de junio de 2025
jueves, 4 de noviembre de 2021
Master Of Puppets
Si bien Battery comienza aludiendo al trash metal sin concesiones, tras un prólogo en que la banda juega a ser Andrés Segovia, es el metal progresivo ya anunciado en Ride The Lightning el que manda en Master Of Puppets (1986), tercer disco de Metallica que solo con el siguiente …And Justice For All superará el órdago aquí lanzado. Progresivo, eso sí, cargado de violencia y adrenalina que no abjura de los riffs tremebundos con origen en Tony Iommi y la velocidad de tintes hardcore. El tema que da título al plástico es tajante al respecto y glosa mientras las desarrolla las intenciones del grupo californiano, expuestas sin miramientos por las guitarras de James Hetfield y Kirk Hammett, la demoledora batería de Lars Ulrich y el bajo de un Cliff Burton que morirá meses después de la publicación del disco. De las ocho composiciones que hallamos me quedo con Disposable Heroes por su crudeza sonora y su letra antibélica que sitúa al soldado como mero objeto utilizado por los mandos castrenses, pero es de admirar la coherencia del conjunto a pesar de que el instrumental Orion tenga menos interés en mi opinión. La furia final de Damage, Inc. compensa los ocho minutos y medio sin voz previos y algo pretenciosos de una banda en su máximo esplendor que, como se ha dicho, todavía realizaría otra obra maestra antes de cambiar de década y entrar en una importante degeneración artística de la que, ya en este siglo, le sacarán Death Magnetic y, sobre todo, la soberbia colaboración con Lou Reed Lulu.
martes, 4 de abril de 2017
…And Justice For All
De la colisión del heavy metal y el hardcore (trash metal) al heavy metal progresivo sin perder un ápice de agresividad sonora: hablamos del camino recorrido por Metallica desde sus inicios a principios de los ochenta hasta la grabación y publicación en 1988 de su obra maestra: …And Justice For All. De extraordinaria coherencia, el disco sigue produciendo en quien hoy lo descubre el mismo impacto —si no más— que el logrado en el momento que sale a la calle. Nueve temas —siendo el más corto (Dyers Eve) de cinco minutos largos— duros y fríos como la tundra y secos como el desierto que emocionan precisamente por su ausencia de sentimentalismo, su obstinación formal y su rigor técnico.
En un todo tan extenso, sólido y concordante, las partes sirven al conjunto (o a él se sacrifican, usando una terminología maoísta), con lo cual es arriesgado destacar alguna de ellas. Sin embargo, creo de justicia resaltar esa soberbia sinfonía del horror llamada One como síntesis o epítome del álbum, pero también como creación independiente que extiende sus tentáculos mientras modifica radicalmente su estructura hasta llegar a su violento y extático final, en el que el cuarteto se convierte en una salvaje apisonadora que no deja títere (musical) con cabeza. Basada en la famosa novela (y posterior película) de Dalton Trumbo Johnny cogió su fusil, la canción empieza siendo una especie de macabra balada para convertirse en una andanada eléctrica que conmociona tanto como la tremebunda historia de Joe Bonham narrada en el texto y las imágenes de quien fuera víctima de aquel inmundo senador republicano llamado Joseph McCarthy.
Si las composiciones son sobresalientes, no menos lo es el sonido logrado por el grupo californiano y el productor Flemming Rasmussen, a pesar de la sabida polémica por la mezcla final del doble elepé, en la que el bajo del sustituto del fallecido Cliff Burton, Jason Newsted, apenas es audible. El resultado es, de todas las maneras, excepcional. Las guitarras de James Hetfield y Kirk Hammett y la batería de Lars Ulrich son pura dinamita igual de explosiva que el invento de Alfred Nobel, rocoso ritmo finisecular erigido en clásico del rock de los años ochenta tan válido y corrosivo como el Songs The Lord Taught Us de los Cramps o el New York de Lou Reed. Porque es en la liga de los mejores donde a finales de aquella década jugaban Metallica y su …And Justice For All. Imprescindible salvo para quienes todavía tengan prejuicios rancios o abominen sí o sí del heavy metal.
lunes, 27 de junio de 2016
Ride The Lightning
Violenta, agresiva e implacable, la música registrada por Metallica en los años ochenta sigue sonando igual de extrema e insobornable en pleno siglo XXI. Ride The Lightning (1984), segundo elepé de la banda californiana, no renuncia a ese cruce de heavy metal y hardcore —al que se dio en llamar trash metal— vomitado en su debut, Kill 'Em All, pero añade matices progresivos que serán más desarrollados en las siguientes grabaciones del cuarteto. Si Fight Fire With Fire es un fortísimo aldabonazo que avisa de que la ferocidad no se ha ido a ningún sitio, el tema que pone título al disco, For Whom The Bell Tolls y Fade To Black rebajan sucesivamente la velocidad y complican las estructuras sin que el sonido pierda dureza o las interpretaciones aminoren su garra. La magnífica Trapped Under Ice enlaza por su rapidez con el primero de los temas, seguida de dos canciones tan espectaculares y fornidas como Escape y Creeping Death, himnos metálicos quizá más accesibles que los otros seis cortes que les rodean aunque su categoría y su pegada sean tremendas. Instrumental de casi nueve minutos, The Call Of Ktulu da vida eléctrica a las temibles oscuridades de H.P. Lovecraft y es el corte encargado de finalizar el viaje. Aun reconociendo su valía y poderío, es el tema que menos me interesa o me dice de Ride The Lightning, lo que no significa que rebaje mi apreciación de un álbum tan completo, contundente y coherente como éste de Metallica, que sabrá de dos formidables réplicas en el resto de la década —Master Of Puppets y …And Justice For All— que harán del grupo de Lars Ulrich referencia ineludible si hablamos del rock de aquellos años. A no ser que lo hagan sectarios o malintencionados, claro.
lunes, 11 de mayo de 2015
Lulu
Fue una bestia intransigente e inclasificable hasta el final. Fundirse con Metallica antes de morir y parir un doble álbum como Lulu (2011) fue una provocación para que miles de idiotas sectarios —de uno y otro lado— pusieran el grito en el cielo sin ni siquiera haberlo escuchado. El incandescente resultado de tan inopinada relación entre los autores de Ride The Lightning y Lou Reed es uno de los pocos trabajos del siglo XXI que me hace tener esperanza en un rock original, poco manoseado, auténtico, libre de prejuicios en definitiva. Por desgracia, uno de sus autores ya no está, y el otro ha quedado desamparado.
Partiendo de una serie de canciones escritas por Reed para el montaje teatral homónimo de Robert Wilson —basada en textos del Frank Wedekind que asimismo habían alumbrado la ópera Lulu de Alban Berg—, el maestro y Metallica construyen un pandemónium sonoro que —valiéndose por igual del heavy y el trash metal que de la música electrónica y la de cámara— traduce la virulencia y el desagrado de los textos utilizando la misma medicina. La agresividad de éstos y de aquél no dejan lugar a la paz durante la hora y media en la que se desarrollan los diez temas, los cuales, si bien forman un conjunto sólido e indivisible, alcanzan la matrícula de honor en ese impresionante colofón de casi veinte minutos titulado Junior Dad. El contraste entre figuras de diferente sentido estético — el himno metálico convive con la vanguardia atonal y concreta; la saturación eléctrica de las guitarras con las cuerdas tradicionales (violín, viola, chelo); el recitado con el speed metal desenfrenado— auguran un desenlace antitético que nunca llega, pues los "monumentales muros sónicos y desaforados atropellos rítmicos [y los] pasajes levemente fantasmagóricos", de los que habla Ignacio Julià, nacidos de la aparente contradicción, acaban confluyendo en un discurso inequívocamente transgresor que se sirve de todos los elementos artísticos nombrados para llegar a una única conclusión.
Quizá sea el vocablo exceso el mejor para describir con sobriedad la voracidad descarnada de un proyecto a priori tan arriesgado y a posteriori tan magnífico. Pero ¿no era exceso lo de White Light/White Heat o lo de Take No Prisioners, por ejemplo, por no hablar de Metal Machine Music? ¿No era voracidad descarnada (e insaciable) lo de Master Of Puppets y …And Justice For All? Sin embargo, ni el exceso, ni la voracidad, ni el riesgo son amigos de ese aficionado al rock encasillado en su correspondiente subgénero —garage, beat, rockabilly, hard rock, power pop, punk…—, feliz en su idiocia, encerrado en una cápsula a la que jamás llegarán las notas de Lulu, pues alguno de sus hacedores no es de los suyos, y su mezcla es anatema. Váyanse, pues, al infierno él y todos ellos con sus supersticiones y no disfruten de un trabajo superlativo que bien podría haber llevado como subtítulo Creatividad contra la estulticia.