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lunes, 5 de septiembre de 2022

2332

"En 2332 hay un nuevo método de trabajo, irrumpen las nuevas tecnologías musicales como es el Pro Tools, que me permite trabajar de forma que antes no había podido", afirmaba Jorge Pardo en una entrevista para Enlace Funk hablando de su disco de 1997. No significa ello que el sonido de su cruce entre jazz y flamenco cambie exponencialmente, sí que los temas son más cortos, su número es mayor (veintiuno en concreto) y van unidos sin interrupción como si de uno solo se tratara. El resultado es excelente, ni mejor ni peor que los trabajos que se han ido sucediendo en los noventa: Las cigarras son quizá sordas, Veloz hacia su sino o 10 de Paco (aquí con Chano Domínguez). Entre homenajes explícitos a músicos como Lou Bennett (Gracias, Lou!) o Jaco Pastorius (Pastorius de Belén) y a pintores como Picasso (Planeta-Picasso), y citas al Ornette Coleman de Law Years, Pardo desarrolla una obra ciertamente caleidoscópica rodeado de maestros habituales en su universo: Joaquín Grillo (baile), Carles Benavent (bajo), El Bola (guitarra), Chonchi Heredia (cante), Uve Larsen (trombón), su hermano Jesús (sintetizadores y coproducción), las distintas y esenciales percusiones de Luis Dulzaides, Rubem Dantas, Tino Di Geraldo y Keiván Chemirami y —recogido en los créditos— "toda la basca a las palmas, voces, jaleos, toses y compas". Con esta cobertura, la flauta y los saxos de Jorge Pardo se sienten felices y relajados aunque también —inevitablemente— maticen su protagonismo. 2332 se manifiesta como esfuerzo colectivo más vanguardista que sus antecesores pero, ya lo hemos dicho, no deja de sonar a su genial autor. Nuevos caminos en los que ceden los instrumentos propios en favor de la atmósfera global, si bien cuando Pardo los toca lo hace tan bien como de costumbre. Su ambición nunca ha tenido límite, su calidad está fuera de toda duda, y el disco del que hemos tratado lo certifica ampliamente.


 

domingo, 8 de julio de 2012

Las cigarras son quizá sordas


Hablar de la carrera de Jorge Pardo, y más a estas alturas, es hablar de constancia y equilibrio en su empeño de aunar jazz y flamenco para que el resultado únicamente le pertenezca a él. Allá por 1979, ya sonaba su flauta en el esencial La leyenda del tiempo de Camarón, y un año después se incorporaba al grupo de Paco de Lucía, debutando en 1982 en solitario. Aunque sus grabaciones de los años ochenta posean gran interés (escuchen, verbigracia, A mi aire, que es como siempre ha ido Pardo), es en la década de 1990 donde residen sus mejores trabajos, empezando por este Las cigarras son quizá sordas, de 1991 y bellísimo título.

Las flautas y las botellas afinadas de nuestro protagonista y los bongós de Antonio Carmona abren con majestuosa delicadeza el disco, empalmándose Eterno a la cadencia rumbera de Mi sueño, en la que, secundados por palmas y coros, Pardo se queda con la flauta, Carmona pone voz y violín además de la percusión, Carles Benavent se encarga del bajo y El Bola y Gerardo Núñez tocan las guitarras. Cambiando al saxo tenor, Jorge Pardo lleva de manera excepcional el Donna Lee de Charlie Parker al compás flamenco, con la sola compañía de la caja de Carmona y las palmas de Carmen Cortés, Ray Heredia y José Carbonell. Estos tres últimos protagonistas también colaboran en Atardecer en el patio, Pardo esta vez al saxo soprano y Núñez de nuevo a su guitarra. Vuelve Pardo a coger la flauta en una mágica adaptación del Nardis de Miles Davis. Junto a él, El Bola, Benavent (que además del bajo toca el ud, instrumento, al parecer, precursor del laúd), Jesús Pardo y su sintetizador, la percusión de Rubén Dantas y el cajón y el bodhrán (o bodhram) de Tino Di Geraldo crean un mundo sonoro  de ensueño —prologado por unas cigarras y unos coros fantasmales— al que es difícil encontrar parangón. En Entre tinieblas retoma Pardo el saxo tenor, acompañado aquí por El Bola y Núñez, Benavente, Carmona (al cajón), Tino Di Geraldo (bodhrán), el habitual trío de palmeros y, sobre todo, la voz de El Potito. Blue In Green es otra adaptación de Davis en la que El Bola y Pardo, repitiendo instrumento, demuestran su categoría transformando el original del trompetista y Bill Evans. De San José a Mojácar son casi siete minutos muy flamencos puestos en escena por la flauta de Pardo, Gerardo Núñez, Benavent, Carmona y Cortés, Heredia y Carbonell. Llega el fin de fiesta con La Cigarra (sorda o no), rumba en la que Jorge Pardo nos alegra con flauta y saxo soprano. Fernando Bravo (flauta alto), María Teresa Suárez y María Heredia (coros), Antonio Carmona, Gerardo Núñez, Rubén Dantas, Carles Benavent (bajo y ud) y los palmeros ya amigos completan la formación encargada de despedir las excelencias degustadas.

Veloz hacia su sino y 2332 completarán su trilogía de los años noventa, lapso en el que también se publicará el magistral homenaje a su mentor Paco de Lucía, 10 de Paco, junto a Chano Domínguez. Definitivamente, quizá sean sordas las cigarras, pero Jorge Pardo no lo es. Dejemos que Faustino Ñúñez le loe para cerrar este texto: "El madrileño puso las bases abriendo el lenguaje flamenco hacia nuevas posibilidades expresivas desde la flauta y el saxo. Su labor de treinta años con la flauta y el saxo ha propiciado el nacimiento de una nueva generación de músicos flamencos que, siguiendo el dictado del maestro Pardo, vienen explorando nuevas forma de expresión para un arte universal como es el  flamenco".

lunes, 18 de abril de 2011

10 de Paco



Decía Rafael Sánchez Ferlosio allá por el verano de 1998 —en un extraordinariamente certero artículo publicado por El País bajo el título de Cultura ¿para qué?— que "El más inteligente de los españoles —cuyo nombre, por desventura, no he sabido nunca*—, autor de un Arte de tocar las castañuelas, empezaba el prólogo de su tratado con esta declaración ejemplar y memorable: "No hace ninguna falta tocar las castañuelas, pero en caso de tocarlas, más vale tocarlas bien que tocarlas mal". No podíamos estar en Ragged Glory más de acuerdo con dicha afirmación, pero, además, nos viene al pelo para introducir el trabajo del que vamos a hablar, pues más que hacer falta o no, un disco en homenaje a Paco de Lucía sólo se puede justificar en el caso de que la reinvención o reinterpretación de los temas del maestro sea de altísima calidad. Se estará abocado, si no es así, al más sonoro de los bochornos, que no sólo merecerá descalificación estética, sino la virtual sanción de aquel sabio español que bien pudiera expresarse así: "Pero, oiga, ¿para qué ha grabado usted esto?".

Por fortuna, Jorge Pardo y Chano Domínguez hicieron muy bien sus deberes —sabían dónde se metían— al grabar 10 de Paco (1995), y sólo son elogios lo que merecen. Aunque también parece difícil que pudiera ser de otra manera si pensamos que Jorge Pardo llevaba tocando en el grupo de Paco de Lucía desde 1980, había colaborado en dos de los tres discos del guitarrista de los que se toman temas para 10 de Paco (Sólo quiero caminar y Zyryab), y venía de grabar en los últimos años dos magníficos álbumes (Las cigarras son quizá sordas y Veloz hacia su sino) en los que seguía ahondando en su tratamiento cruzado del jazz y el flamenco. Chano Domínguez, por su parte, lleva en la sangre los dos géneros que trabaja el madrileño y posee una técnica firme y delicada al mismo tiempo (que puede aparentar frialdad de forma engañosa), excelente en todo caso. Y, como todo el mundo sabe, el propio Paco de Lucía había colaborado con Pedro Iturralde en sus acercamientos al flamenco desde el jazz en los años sesenta y mantendrá una relación privilegiada con esta música.

Además de los dos trabajos citados de Paco de Lucía, también se escogieron para la ocasión cuatro temas de Almoraima y uno que en realidad escribió su hermano Pepe de Lucía para que Camarón lo interpretara en Potro de rabia y miel, su último álbum: Se me partió la barrena.  Si el resultado del trabajo de Iturralde fue el de introducir elementos flamencos en un jazz que no por ello dejaba de ser el hard bop que practicaba, en el disco de Pardo y Domínguez mantienen ambos géneros, jazz y flamenco, una relación de ida y vuelta que —incluso si admitimos que el peso del primero es mayor— hace difícil no hablar de fusión, por muchas precauciones que pongamos al escuchar ese término a pesar de que su antónimo pueda anunciar, sin embargo, endogamia creativa y esquemas ya conocidos. Sea lo que fuere de esta reflexión, el resultado es sobresaliente, musicalmente frondoso, cautivador y de impecable puesta en escena.

Una o dos escuchas del disco son suficientes para constatar que la flauta y el saxo de Pardo y el piano de Domínguez —más las percusiones de Tino di Geraldo y Luis Dulzaides, el contrabajo de Javier Colina, la voz de Conchi Heredia y las palmas de ésta y El Conde— han creado una obra de calado. Las siguientes escuchas sirven para captar los ricos matices con los que un grupo de grandes intérpretes reunidos para celebrar la música de Paco de Lucía justifica y cree contradecir al "más inteligente de los españoles": no hacía falta haber grabado 10 de Paco, pero una vez conocido y disfrutado de sonidos tan exquisitos parece que sí fueran necesarios, que sí hicieran falta. De necios es querer dar sentido al embrujo estético, soy consciente, pero, ¡ay!, ¿quién no anhela dejarse envolver por él y olvidar la terca realidad? ¿Quién no siente al escuchar discos como éste (perdonen si me pongo un poco cursi) que el tiempo se suspende, que el alma se dilata, que la vida, en definitiva, puede ser hermosa? Nos engañamos, puede ser, pero al menos lo hacemos con joyas del calibre de este dignísimo paseo por la obra de uno de los mejores guitarristas que ha dado España.

*Si no me equivoco, el autor es un religioso y escritor llamado Fray Juan Fernández de Rojas que falleció a principios del siglo XIX.