El pop como derivado del rock and roll alcanza en la segunda mitad de los años sesenta del siglo XX una perfección formal —muchas veces llamada barroca— que se refleja majestuosa en una tetralogía —elegida por nosotros pero no caprichosa o ad hoc— que entre 1965 y 1968 ponen en pie Beatles, Beach Boys, Love y Zombies. En efecto. El grado de belleza y personalidad que exhiben Rubber Soul, Pet Sounds, Forever Changes y Odessey And Oracle no tiene parangón en su reluciente e imaginativo acabado, banda sonora de su época al mismo tiempo que muestra de talento reluctante al mimetismo o la coyuntura.
Puesto a la venta en abril del 68, cuando el grupo ya no existe y en Francia se preparan las barricadas, Odessey And Oracle deviene la más hermosa de las despedidas, el adiós de una banda que se marcha alcanzando el orgasmo artístico y el adiós —prácticamente— de un modo de hacer música que en los setenta habrá quedado borrado del mapa o soslayado hasta su mínima expresión. Desde la sinfónica Care Of Cell 44, o la alegría de quien espera a que su compañero de celda salga de la cárcel, hasta la rompedora Time Of The Season —single que a la postre daría la fama a los (no) Zombies en 1969—, o cómo partir de una canción (Stand By Me) y lograr otra cosa totalmente distinta que contiene uno de los mejores solos de órgano que he escuchado, el elepé se rebela contra la abulia compositora y creativa mediante cinco temas de Rod Argent (los dos citados entre ellos) y siete de Chris White (joyas del nivel estratosférico de Beechwood Park, Brief Candles o un Changes de mismo título y categoría que el posterior de Bowie).
Da igual que nombre uno u otro corte, me engaño a mí mismo y lo hago al lector: la pulcritud y el perfeccionismo de las melodías, las voces, las armonías vocales y todos los instrumentos que se escuchan afectan a las doce piezas por igual, doce movimientos de un trabajo que funciona como un conjunto indivisible aunque —secreto de los maestros— la escucha individual de sus composiciones les dé una entidad que dibuje sus virtudes particulares (particularísimas) para volver a formar parte sin problema alguno de los treinta y cinco minutos inmaculados y radiantes de Odessey And Oracle. Por mucho que el diseñador de su portada escribiese mal la primera palabra del título. Errare humanum est… las máquinas no se equivocan… y el fallo da carta de naturaleza a los (múltiples aquí) aciertos.