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lunes, 3 de junio de 2019

A Date With Elvis


Los cinco años que pasan entre el segundo y el tercer elepé de estudio de los Cramps no son de inactividad para la banda, sino de problemas legales con Miles Copeland, abandono de Kid Congo Powers para volver a The Gun Club (con quien grabará los excelentes The Last Vegas Story y Mother Juno) y ajustes en la formación hasta incorporar una bajista estable (Candy del Mar) en sustitución de la segunda guitarra. A pesar de todo ello, entre Psychedelic Jungle y A Date With Elvis (publicado en 1986) los fans del grupo saciarán su hambre de psychobilly californiano con dos recopilatorios de singles, un disco en vivo y algún que otro sencillo.


Aunque la obra posterior de los Cramps no es desdeñable, su tercer plástico es el último, a mi juicio, realmente imprescindible. Tomando prestado el título al rey del rock, los autores de …Off The Bone nos entregan una colección de canciones fabulosa en la que el pop gana cierto terreno a la electricidad y la psicodelia sin que las señas básicas de la banda (rockabilly + garage rock + punk + serie B) se vean afectadas. La sombra alargada de Link Wray, Johnny Burnette, Bo Diddley, los Trashmen o los Sonics no se ha esfumado y las premisas sonoras y su desarrollo coinciden con las que han hecho de los Cramps una institución rocker sin parangón, pero hay una querencia melódica mayor y una distorsión más leve en el transcurrir de un trabajo hecho de nueve originales y dos versiones. Quizá tenga algo que ver que todas las guitarras y los bajos que escuchamos sean tocados por Poison Ivy, si bien esa sencillez a la vez barroca y primitiva que guía al grupo —tan nítidos los referentes, tan particulares los resultados— se mantiene en sus cuerdas, en la voz alucinada de Lux Interior y en la percusión elemental de Nick Knox. El barniz de fuzz, el histrionismo y las historias peculiares continúan bañando unas composiciones hechas con las estructuras de siempre, las que se erigen con la vista puesta en el rock and roll original. Los matices pop los hallamos aquí y allá, pero es en Kizmiaz donde se manifiestan absolutamente, tanto que pareciera que Cornfed Dames —cinco minutos y medio de virulencia noise que suponen la pieza más extensa del álbum— se yuxtapone para pedir perdón o reivindicar gallardía, dureza y poderío.


No hay segundo sobrante o tema menor en el elepé, lo que no es óbice para destacar la tríada que lo abre: How Far Can Too Far Go, The Hot Pearl Snatch y People Ain't No Good (con su coro infantil) son para gritar de lo exageradamente buenas que son, y no digamos una detrás de otra. En fin, y dicho lo anterior, A Date With Elvis no debe faltar en su colección en compañía, como mínimo, de Songs The Lord Taught Us y Psychedelic Jungle. Bien sea en vinilo negro o naranja, CD o casete, ahí ya no me meto.

jueves, 13 de febrero de 2014

Psychedelic Jungle




Sin la cualidad ya de revelación arcaica puesta al día con motivos y discurso propios —obviamente—, Psychedelic Jungle, el segundo elepé de los Cramps de 1981, mantiene la liturgia delirante del primero y esencial, Songs The Lord Taught Us, y de los singles que habían abierto el camino de subversión trash y noise ligada al lado más irreverente, salvaje y underground del rock and roll. Brian Gregory es sustituido por el no menos adecuado Kid Congo Powers, que completa junto con Poison Ivy la nueva pareja de guitarristas dispuesta a practicar vudú sónico a todos aquellos que hayan olvidado la energía de los primeros rockers (de los más conocidos a los más oscuros) y de quienes se dedicaron a amplificarla sin piedad, bien se llamasen Sonics, Stooges, MC5, Flamin Groovies, New York Dolls o Dead Boys. Aunque de los catorce temas incluidos siete sean versiones, el ritual presidido por el inolvidable Lux Interior se revela igual de eficaz se trate de composiciones del cantante y Poison Ivy o de canciones escritas por otros, pues tanto éstas como aquéllas acaban sucumbiendo al vórtice en que se convierten al ser interpretadas por todos los nombrados más Nick Knox (batería); es decir, al quedar fijadas en plástico como la marca Cramps. Coherente y monotemático de principio a fin —cual mantra construido sin fisuras por unos enajenados aparentemente cuerdos (¿o será al revés?)—, Psychedelic Jungle no cede a presión externa alguna, así como el grupo que lo firma, y deviene tan perfecto como el debut del cuarteto estadounidense, si bien la inclusión de Congo Powers le da ciertos matices instrumentales que lo hace algo diferente. Matices irrelevantes, por supuesto, a la hora de reafirmar a quienes serán los autores de A Date With Elvis —alumnos y maestros ejemplares— como una de las manifestaciones estéticas más incorruptibles y permanentes del rock de su tiempo y de cualquier tiempo que quieran.

jueves, 9 de agosto de 2012

Songs The Lord Taught Us


Más allá del estilo al que siempre quedarán adscritos para describir su música —psychobilly—, los Cramps obraron un pequeño milagro que ha quedado reflejado in aeternum en toda su discografía, pero especialmente, en mi opinión, en su deslumbrante primer elepé: tocar el mismo rock and roll de los orígenes desde una perspectiva única, serle fiel sin imitarlo. Difícil equilibrio aquél en el que atavismo y vanguardia vienen a ser lo mismo. Difícil pero cierto. En Songs The Lord Taught Us (1980) no se estorban, se complementan de la más natural de las maneras —ajenas quizá al engarce— para dar con un lenguaje sofisticado en su (aparente) primitivismo, luciéndolo como seña de identidad pero labrándolo con una sutileza que es guardiana de su magisterio.

Trabajada en singles y escenarios, la banda que graba este álbum debut lleva tiempo dando guerra y sabe bien por dónde camina. Por supuesto, los ecos, versiones y homenajes a Elvis, Link Wray, Bo Diddley, Johnny Burnette, Sonics o Screamin' Jay Hawkins ascienden desde los surcos hasta nuestros oídos; sin embargo, la voz de Lux Interior, las guitarras de Poison Ivy y Bryan Gregory y la batería de Nick Knox —por su cadencia; por lo que tocan, cómo lo tocan y lo que dejan de tocar; por la ausencia de bajo— son transmisores de una energía eléctrica que se resiste tanto al pasado como al presente, porque ni a uno ni a otro pertenecen los "calambres, contracciones y espasmos" de los que hablaba Johnny en su Espacio Woodyjaggeriano. Pertenecen a esa escasa especie de artistas que tiene universo y estilo particulares, que subvierte los códigos que le alimentan gracias a un talento que no se puede aprender en ninguna academia, pues usa el intelecto y la razón del mismo modo que se ríe de ellos.

Los trece temas que componen tamaño elepé se avienen a una lógica pretoriana que galvaniza el conjunto conforme avanza y se yuxtapone. Implacable, la vía que abre TV Set para terminar con la versión de Fever no da tregua en su transcurrir ensimismado —sinónimo de coherencia—, a sabiendas de que cualquier desliz, cualquier capricho superfluo, acabará con la perfección a la que aquí se aspira —la de los Cramps, ni más ni menos—, y en la que —una vez la maquinaria se ha puesto en marcha— no caben estímulos externos. Tambor y timbales impenitentes, los de Knox; cuerdas que reciben y devuelven bofetadas, las de Ivy y Gregory; chillidos ajenos a todo, los de Lux Interior. Pero, sorpresa, temas cortos que nos desquician y hacen bailar sin que una cosa menoscabe a la otra. Ya hemos explicado la clave, ya han dado los Cramps con ella. Es tiempo de dejarse seducir tras comprender. Songs The Lord Taught Us exhibe orgulloso su arte magnífico que, por si fuera poco, se ha encargado de producir Alex Chilton. Encabezada artística y cronológicamente por una obra de tal calibre, no puede ser tan mala una década como la de los ochenta. Por mucho que su superficie sea vulgar, quien rasque encontrará en ella un buen número de tesoros.