Estos tiempos de
internet son extraños, y lo son en muchos aspectos, sobre todo vitales y
personales. Para una generación (la que mejor creo conocer) nos ha descosido
las costuras por muchos rincones. ¿Es una exageración que considere a Gonzalo
un amigo? Nos hemos visto cara a cara una vez. Una vez muy agradable, por
cierto, con la feria del libro de Madrid como marco y el parque del Retiro como
fondo. Un rato fugaz pero que nos dio la clave de lo que en el fondo es la
literatura, ese "¿Y si?", ese condicional desde el que uno puede crear mundos,
distintos a este, pero que lo explican, he ahí la paradoja. Ni siquiera sé cómo
nos conocimos, y por conocernos me refiero a la primera vez que intercambiamos
un mensaje. Seguramente fuese un comentario en alguno de nuestros blogs, quizá
yo me atreví a poner algo en el suyo, o seguramente fuese al revés. A partir de
ahí surgieron correos, mensajes cortos como telegramas del siglo XXI, la
lectura de nuestros libros… y la admiración, el reconocimiento y los puentes
fue haciéndose. La distancia como medio. Me gusta leerle porque es como si
hablara con ese amigo que en mi vida cotidiana echara de menos tener pero que
la red de redes me ha brindado, igual que con otros tantos cuya voz no conozco
pero con los que tengo algo el común, porque las relaciones de amistad se basan
en eso, en eso que creemos propio y que reconocemos en otro. Igual que con
Nikochan, con Aitor, con Guzz… En el caso de Gonzalo y yo es la música (como en
los citados), pero también la sensación de que hay algo más: una manera de
entender la vida, de afrontar el futuro y una manera de ver nuestro pasado. Me
gusta leerle porque me reconforta en mi soledad diaria, me gusta ver mi
melomanía reconocida y reafirmada, me gusta descubrir discos que no conozco o,
si conozco, me gusta que me descubra cosas en las que no había reparado. Me
gusta el feedback que me crea (a la manera de tito Neil, ruidosa y eléctrica).
Pero también me gusta lo que no compartimos, lo que nos separa y nos hace
definirnos, su urticaria frente a la laca y el spandex, que Coverdale le
horrorice mientras que a mí me gusta entonarlo en la ducha… pero como luego sé
que Lemmy y Lynnott nos sonríen a la vez desde los bordes de los espejos,
sonrío, me sacudo las canas y sigo para adelante, como Rafa, el personaje de su
potente y necesaria novela que es algo así como el Frankenstein de todos
nosotros, el guardián entre el centeno carabanchelero. Diez años de blog son
muchos, no así de descubrimientos, muecas, sonrisas atisbadas y comentarios
como mensajes en botellas lanzadas al mar. Aunque solamente me hubiera
descubierto Theme de Yoyo, de Art
Ensemble of Chicago, ya le tendría que estar agradecido de por vida, pero por
suerte ha habido más. Por supuesto, hay más cosas, pero eso ya queda para mí (y
Lemmy), ¿verdad Phil?. Cuídese, Gonzalo, y no deje de escribir.
NOTA: Juan Miguel Contreras, o La Pecera del Caimán, es el autor del blog El caimán sincopado, de las novelas La muñeca rusa y Canciones de cuna —esta última se publicará en breve— y de rabia y del libro de relatos Cardiopatías.
NOTA: Juan Miguel Contreras, o La Pecera del Caimán, es el autor del blog El caimán sincopado, de las novelas La muñeca rusa y Canciones de cuna —esta última se publicará en breve— y de rabia y del libro de relatos Cardiopatías.
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