La Sonata para dos pianos y percusión del húngaro Béla Bartók, compuesta en 1937, me parece una de las obras más hermosas de su repertorio. Pieza de madurez escrita cuando tenía cincuenta y seis años, su sobria instrumentación de cámara contrasta —la morigeración tras el arrebato— con la de la excepcional Música para cuerda, percusión y celesta, exhibición orquestal de un año antes que supone una de las cimas del siglo XX en dicho terreno. En ambos formatos, pues, se mueve con soltura y maestría el autor de El castillo de Barbazul.
El primer movimiento (Assai lento – Allegro molto) establece claramente la sonoridad y el estilo de la sonata toda, por su extensión, los dos tempos que maneja y la propia naturaleza de la partitura. Bartók configura la atonalidad a su manera, dotándola de un colorido magnífico de arraigo popular que bebe de sus famosos estudios folclóricos en las soberbias melodías que se adueñan de las teclas y las no menos logradas y diversas percusiones que se conjugan. La tensión de este primer acto indica que la templanza señalada en el primer párrafo es solo numeral, pues el pequeño grupo arranca una intensidad sinfónica a sus instrumentos. Los movimientos segundo y tercero (Lento, ma non troppo y Allegro non troppo) exploran de forma diversa y más breve —del adagio a la danza— las posibilidades abiertas por el primero, sin caer en la redundancia pero manteniendo una unidad estética que confirme sus invenciones cardinales: las de una sonata sobresaliente que el propio Bartók orquestaría antes de su muerte.
La (excelente) versión que yo tengo y he comentado —publicada por Mercury en 1995— está grabada en 1960, dirigida por el también húngaro Antal Doráti, interpretada por los pianistas Géza Frid y Luctor Ponse y dos percusionistas de la Orquesta Sinfónica de Londres, y comparte edición con El mandarín maravilloso y un Divertimento. Composiciones éstas de las que probablemente hablaremos en otra ocasión para seguir glosando la categoría de su genial autor.
Ando ahora con el Andante del Concierto Italiano de Bach, antes de entrar en el Allegro vivace. Apenas conozco la obra de Bartók, algo habré escuchado por aquí o por allá. Lo que si reconozco es que, de vez en cuando, es justo y necesario ("es nuestro deber y salvación...", como dicen los oficiantes) dejarse mecer por la siempre buena y emocionante música clásica.
ResponderEliminarAbrazos,
JdG
Bach y Bartók: dos de mis músicos favoritos. Esta sonata que comento es una pieza imprescindible, pero el húngaro tiene mucho más. Yo no soy un gran experto, pero la música clásica es obligatoria. El rock, el jazz, el flamenco o el blues son solo una pequeña parte de todo el patrimonio musical que tiene la humanidad, acervo casi infinito.
ResponderEliminarUn abrazo, Javier.