jueves, 22 de agosto de 2013

Milestones


La inmensidad —física y artística, cuantitativa y cualitativa— de la obra de Miles Davis hace que conforme uno se adentra y más conoce de ella, más perdido e intimidado puede llegar a sentirse. Incluso en el caso de que se posean sus decenas y decenas de trabajos publicados (en estudio y en directo, en vida y ya muerto), es difícil decir que se ha aprehendido por completo una obra tan vasta en la que el matiz, el pliego y la mutación constantes son aplicables al conjunto de la misma pero, también, a cada una de las grabaciones que la componen. El riesgo es consustancial al extraordinario músico nacido en Alton, Illinois; pero no el de un imbécil que lo corre por hacerse el gracioso sin objetivo alguno, sino el de un genio que sabe que es la única manera de crecer y cuya confianza le invita a tomarlos una y otra vez a sabiendas (la historia le ha dado la razón) de que de ellos va a salir algo superlativo (o más).


Milestones (1958) es una de las obras maestras surgidas de esa contingencia, constantemente renovada y constantemente esquivado el desastre. Decir a estas alturas que no es el mejor disco de Davis es muy fácil, pero, en realidad, tampoco es decir nada. El hard bop —aquí, un año antes de Kind Of Blue— ya se ha empezado a resquebrajar, y el jazz modal se cuela por las rendijas de la grabación; el camino hacia la radical libertad creativa que, a mediados de los sesenta, E.S.P. y su famoso segundo gran quinteto harán innegociable y sin vuelta atrás, es un hecho tangible al que unos intérpretes en estado de gracia dan forma estética. Lo primero que llama la atención —al poco de que Dr. Jekyll (o Dr. Jackle) se clave en los oídos— es la musicalidad desbordante, total que va a presidir el elepé. A ritmo veloz se suceden los solos de Davis —que toca la trompeta sin su sordina Harmon, lo que hace más orgánico el sonido—, John Coltrane (saxo tenor), Cannonball Adderley (alto), Paul Chambers (contrabajo, en este corte con el arco), quedando en segundo plano el piano de Red Garland y la batería de Philly Joe Jones, aunque éste haga una breve improvisación al final del tema. En Sid's Ahead, que duplica sobradamente a Dr. Jekyll y se erige en el corte más dilatado del álbum, el tempo se ralentiza y da con una intervención sobresaliente de Davis, superior a la notable de Coltrane y a la algo inferior, aunque también sólida, de Adderley. Cabe destacar —asimismo— la larga y elegantísima improvisación de Chambers. Como curiosidad, hago constar que los leves acordes de piano que se escuchan de fondo son responsabilidad de Miles Davis cuando no tiene la trompeta entre las manos, pues Red Garland había tenido una discusión con él y se había negado a que sus dedos hicieran sonar las teclas. El clásico Two Bass Hit es ejecutado con brío y ardor por los tres vientos, que en esta ocasión se comen al resto de instrumentos. Milestones es una de las composiciones más inolvidables (y maravillosas) de Davis, con solos a la altura de éste (aunque sea uno fiscorno lo que toca), Adderley y Coltrane, y una base rítmica que encarna la precisión, es especial Jones y sus baquetas mágicas. Son precisamente los tres miembros de dicha base quienes protagonizan en solitario Billy Boy, buen tema que, al pesar mucho las ausencias, no está a la altura del conjunto. No importa. Straight, No Chaser, tema de Thelonious Monk, recupera al sexteto, que en su apogeo nos obsequia con una lección magna de jazz. Tanto Cannonball Adderley como Davis y Coltrane realizan improvisaciones consecutivas y espléndidas, más festiva la del primero, más introspectiva la del segundo (referencia a When The Saints Go Marching In incluida), prefigurando el tercero los sinuosos, arduos y bestiales modos que en los años sesenta le definirán. Los bellos solos de Red Garland y Paul Chambers rebajan la tensión desatada por John Coltrane antes de que el sexteto recupere el motivo principal del tema y dé por concluido el elepé.


Cierro con la ayuda de Ian Carr (ya nombrado otras veces aquí, pues una no es suficiente), utilizando palabras de su absolutamente imprescindible biografía de Miles Davis; palabras que defienden Milestones "porque es uno de los grandes clásicos del jazz y porque se produjo en un momento clave en la carrera de Miles Davis. Su música resplandece en el recuerdo. Es profunda, encantadora, rebosante de seguridad y de un optimismo inmenso. En toda su extensión se percibe la sensación de que el pasado es abundante; el presente disfrutable; y el futuro muy prometedor". Nada que ver —perdonen mi extemporaneidad política y social— con los tiempos que corren, ¿no les parece?

4 comentarios:

  1. Con tu permiso me gustaría firmar debajo del primer párrafo y esa lúcida descripción del genio y el riesgo en la carrera de Miles. Y como diga lo que diga sobre "Milestones" me quedaría corto aprovecho tu mención para unirme a los apologistas del libro de Carr; más de una vez me he sorprendido cogiéndolo de la estantería y abriéndolo al azar para sumergirme de nuevo en sus páginas. Trasciende la mera biografía.

    Abrazos, Gonzalo.

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  2. "Inmensidad", la primera palabra que empleas es la que muy acertadamente resume todo lo que el gran Miles significa. Me viene de perlas tu entrada ya que tengo la biografía que mencionas de Carr sin leer aun, desde hace bastante tiempo. Leí hace más de veinte años su autobiografía, editada junto a Quincy Troupe, y me apetece un montón sumergirme de nuevo en la vida y obra del genio.
    Propongo la inclusión del Sr.Aróstegui, don Gonzalo (porque hay otros del mismo apellido que se dedican [o dedicaban] a otras labores)como miembro emérito de la Jazz´s Writers Hall of Fame con efecto inmediato.
    Saludos cordiales,
    JdG

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  3. Ando detrás de la biografía de Ian Carr hace años, pero por acá se consigue en la edición de tapa dura y cuesta una pequeña fortuna, ja ja-- Muchos de los discos que no son 'los mejores' de Davis serían 'el definitivo' de tantos otros eh.. Un abrazo!

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  4. Permiso concedido, Agente. Sí, el libro de Ian Carr es uno de los mejores que he leído nunca, trasciende la mera biografía, como bien dices.

    Te envidio, Javier, te espera una lectura también inmensa. Me sacas los colores al citarme junto al maestro Julio Aróstegui (tengo pendiente su biografía de Largo Caballero, a propósito) y proponerme para tan selecto club, je je je. Mil gracias.

    Aquí se ha publicado también en edición de bolsillo, Aldo. Sí, está claro, muchos músicos matarían por un "Milestones", verbigracia.

    Abrazos para los tres.

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