domingo, 30 de junio de 2019

La alegría


La línea que unía Una hora sin televisión y Museo de reproducciones —Malconsejo-Santi Campos-Santi Campos y Amigos Imaginarios-Amigos Imaginarios— la rompía el autor de Pequeños incendios en 2016 al volver a publicar en solitario Cojones. Se replanteaba Campos toda su carrera de una tacada con un elepé que se sumergía en sonoridades aparentemente ajenas a su credo estético. Y no es que el del músico nacido en Segovia hubiera sido uniforme o poco ambicioso, pero la vuelta de tuerca que suponía aquel álbum le situaba en otro nivel compositivo y sonoro. El resultado fue excelente, dejando muy altas las expectativas: ¿por dónde irían los tiros en el momento en que Santi Campos decidiera grabar una nueva colección de canciones?

Desde que a principios de 2019 se anunciara la campaña de mecenazgo múltiple para ayudar a que La alegría viera la luz supimos que no sería "exactamente un álbum doble, sino dos discos complementarios (…) con cuatro capítulos temáticos de cinco canciones cada uno", en palabras de Campos, "mi proyecto más suicida, la forma de dinamitar de una vez por todas la posibilidad de una salida comercial a mis desvaríos". No entraremos en lo de la salida comercial, pues es un asunto en el que prefiero ni pensar; sí lo haremos en la elegante y complementaria presentación de ambos volúmenes, en la significación de cada uno de los capítulos, en el análisis individualizado de las veinte composiciones y en la impresión global de un disco que no es solo de Santi Campos sino también de Herederos. Así es. A la voz, piano, otros teclados y guitarra de Campos se suman —sin contar invitados— la guitarra, sintetizadores, percusiones y coros de J.J. Extremera; los mismos instrumentos más el piano eléctrico de Joel García; la batería y percusiones de David Martínez; y el bajo, guitarra, teclados y percusiones de Alex Vivero.


Una educación católica —guiño explícito a Teenage Fanclub, influencia básica de Campos— es el título del capítulo 1. Cualquier oyente que haya ido a colegio de curas y tenga una mínima sensibilidad reconocerá muchas de las cosas que se nos cuentan. Cartas inicia el trayecto con unos versos que pasan por declaración de intenciones o introducción en positivo:

"Tengo cartas por abrir
que escribí desde el pasado
para que me recordaran
que siguiera intentando

Ser la mejor versión de mí".

Su solemnidad, marcada por el piano, contrasta con la virulencia del Ruido de fondo que dejan para siempre las "Personas estrechas y llenas de mierda" contra las que Campos carga nada más comenzar el tema. Rock, funk y ramalazos de techno sirven para acusar a quienes te han hecho la vida imposible y, a pesar de haberles perdido de vista, siguen ahí, en el camerino de tu psique, bien sean "Niños crueles en colegio de pago" o la eterna sombra de

"Todos tus antepasados
el niño Jesús, el apóstol Santiago,
tu abuelo Jacobo y Francisco Franco".

El giro final, en el que Campos se queda solo al piano para cantarnos:

"Perdona padre, no creo en ti,
buscaré la salida
y no volveré a venir por aquí",

enlaza con la tristeza de Los torpes, balada en plural mayestático sobre los diferentes, los que "No somos como los demás". Tatuaje es delicioso y muy elaborado pop que encierra una magnífica descripción del depresivo ahogado en su sufrimiento:

"Nunca te faltó ningún ser querido
pero sufres como quien ha vivido
una guerra que solo ocurrió en tu mente
y actúas como si fueras un superviviente".

Breve y fantasmagórica, Enid Blyton clausura Una educación católica con el retorno a la casa paterna por Navidad, al cuarto donde "Todo permanece intacto", entre otras cosas los libros de la escritora inglesa.

Podría llover, magnífica composición que tiene mucho de Beck y bastante de los Black Keys, navega entre el escepticismo, la esperanza y el conformismo y encabeza el segundo capítulo, El viaje, en el que se pasa a la edad adulta y al movimiento. Un ángel es la visión idealizada y poética de un indigente que supuestamente se suicida y

"Entonces fue cuando
pareció contento
entonces estuvo, al fin,
en paz y satisfecho".

Su exquisita instrumentación y sus hermosas armonías son confrontadas por la desnudez de Pueblo fantasma, o el cantautor que recuerda a aquéllos que

"Salieron buscando la gloria
menospreciando toda su historia,
no se percataron de que años después
no habría hogar al que volver".

El funk posmoderno y progresivo de la espléndida Barcelona es "tan solo es una canción de amor" y no "una declaración de guerra" a la ciudad condal. Las emociones se desbordan en Sismo, crónica de la supervivencia tras el terremoto que sirve para decir adiós a El viaje con otra canción inapelable. (Que no se nos olvide destacar los coros de la amiga imaginaria Ester Rodríguez, presente en el 80% del capítulo.)


El capítulo número 3 —Polizones— habla del amor (y el desamor) y me parece tanto musical como líricamente superlativo. Vino y diazepam es una pieza inmaculada soberbiamente ejecutada que habla de las cosas "Antes de cambiar el sexo / Por vino y diazepam", "Antes del apagón". Ecos de Nick Cave y Kim Salmon y un sentido del humor que se echaba en falta es lo que hay en Adosados, que se ocupa de mantener la altura creativa. Sentido del humor que desaparece en la escalofriante Dos mujeres, soul y pop cocinados a la manera de Santi Campos y Herederos (¡joder, qué personalidad tienen!) cuyo estribillo envuelve la melodía en lágrimas:

"Hay dos mujeres
que siempre vienen a mi habitación,
una no me quiere
y a la otra no la quiero yo".

¡Y cómo se yuxtapone el funk rock progresivo de Pasajeros! Qué pedazo de canción, qué habilidad la de los intérpretes en su complejo desarrollo instrumental adoptado del lenguaje jazzístico. ¿Santi Campos & Herederos o la Allman Brothers Band? Casa de arena y niebla es la culminación de Polizones mediante una balada perfecta a la que no faltan, de nuevo, ni los coros de Ester Rodríguez.

Casi un milagro es el cuarto y último capítulo de La alegría. Campos y sus compañeros se van a encargar de completar sin deslustrarlo un cuadro extraordinario. Afrancesado y su aire circense es el primer tema con que nos encontramos, dominado por el clavicordio de Víctor Valiente y el clarinete de Víctor Rodríguez. Pop de cadencia lenta, el de Espejos es arrebatador por igual en sus estrofas y su estribillo, despliegue diáfano de talento durante sus cinco minutos. Cobarde injerta trazas de bossa nova y flamenco en el imaginario de Chris Bell y Alex Chilton, poniendo música a las cavilaciones de quien no sabe "si es un cobarde o solo un hombre viejo". Los teclados dominan completamente la brevedad impactante de Casi un milagro, que se resume en estos dos versos:

"Todo un logro, casi un milagro
vivir sin que te duela y sin hacer daño",

y plantea la pregunta del millón, ¿qué pasa

"Cuando no quieres ser dueño
Ni tampoco ser esclavo"?,

duda ontológica, política y ética que a muchos nos asalta. Además de poner título a todo el trabajo, La alegría echa el telón con un mensaje positivo que entronca con el de Cartas y cierra un círculo de —ciertamente— dolor y miedos pero también de anhelos e ilusiones. El de dos discos (uno en realidad, contradiciendo a sus autores) de bella portada y acertado diseño gráfico, idéntica duración (37 minutos y pico cada uno), interpretaciones mayúsculas de composiciones enormes y coherencia e intensidad absolutas. Estamos en el año 2019 y te has salido, Santi. Y Herederos, por supuesto.

miércoles, 26 de junio de 2019

Bad Magic


La muerte de Lemmy evitó incidir en lo ya sabido. Podía haber habido nuevos Bad Magic (2015), pero nada iban a aportar a la gloria eterna de Motörhead. La banda, eso sí, seguía sonando como un cañón, y discos como Inferno, Motörizer o Aftershock demostraban su demoledora categoría en pleno siglo XXI. No es óbice ser fedatario de ella para plantear un análisis frío de la cuestión: la música de los autores de Overkill era reiterativa y su fórmula, estiramiento infatigable de lo perfectamente plasmado con anterioridad. Así que la desaparición de su líder zanjó un problema complejo para quienes les adoramos sin límite. Expuesto lo cual nos quedan trece canciones y cerca de tres cuartos de hora durante los cuales la apisonadora británica vuelve a hacerlo. Escuchen barbaridades de hardcore metalizado como Thunder & Lightning, Electricity, Evil Eye y Teach Them How To Bleed; sientan la autenticidad del rock and roll acorazado de Fire Storm Hotel; disfruten de la visita de Brian May en The Devil; recuerden con Till The End lo que es una power ballad cargada de fatalismo; dejen que me olvide de unos cuantos temazos más (Victory Or Die, When The Sky Comes Looking For You…); y respiren el homenaje a los Stones que cierra un álbum, una carrera y toda una vida entregada a la música de quien es halagado en la versión del clásico de Mick Jagger y Keith Richards. Simpathy For Devil y se acabó.

lunes, 24 de junio de 2019

Frank's Wild Years


De las joyas del año 1987 a las que aludíamos en nuestra anterior entrada, Frank's Wild Years es sin duda una de ellas. Tercera parte de la trilogía para Island con la que Tom Waits da un giro extremo a su carrera, y que le convertirá en uno de los nombres clave y más personales de los ochenta junto con los de Sonic Youth, Prince o los Cramps, el disco lleva el subtítulo de Un Operachi Romantico In Two Acts y contiene canciones escritas para una obra de teatro homónima estrenada en junio de 1986, tal y como se establece en su contraportada.

Tomando su título de un tema de la primera parte de dicha trilogía (el extraordinario Swordfishtrombones), Frank's Wild Years mantiene el equilibrio formal de aquél y Rain Dogs entre música tonal y atonal, que no entre melodía y ruido, viaja igualmente por muchos de los géneros de caligrafía popular (del rock al tango pasando por el jazz sin salir del cabaret) y entrega diecisiete composiciones estupendas que, acercando el elepé a la hora de duración, solo podrían salir de la cabeza del creador norteamericano. Recordar sus influencias para denigrar su estatus o incluso nombrar una vez más a Captain Beefheart y Howlin' Wolf como referencias objetivas resulta cansino y ridículo. Si en los setenta ya había quedado certificada ante notario su categoría con trabajos como Closing Time o Small Change, en la década siguiente viene a sumar riesgo e investigación sin que la melancolía deje de impregnar sus canciones. Las de Frank's Wild Years son todas insustituibles, pero es imposible no destacar, por un lado, Way Down In The Hole y Telephone Call From Istambul (con la guitarra y el banjo, respectivamente, del genial Marc Ribot), y, por otro, las dos maravillas que el Jean-Claude Lauzon se llevó para su inolvidable Léolo. Temptation y Cold Cold Ground parecen escritas con antelación columbrando las imágenes a la sazón inexistentes del largometraje canadiense, dependiendo la cadencia de la primera de las seis cuerdas de Ribot y entregándose la soberbia balada al acordeón de David Hidalgo.

No me olvido, claro, de la espectacular apertura de Hang On St. Christopher (¡esos vientos de Ralph Carney y Greg Cohen!), de la doble versión de Innocent When You Dream o de la reivindicación, primero, y deconstrucción, segundo, del crooner que llevan a cabo —yuxtaponiéndose— Straight To The Top (Vegas) y I'll Take New York. Dar preferencia a unos cortes por encima de otros no hace que eche a un lado el resto del álbum: es en su conjunto obsesivo y surrealista donde reside su fortaleza, en la bondad y coherencia de todas sus partes, sin que la experimentación se imponga a la estructura o cuerpo individual de cada canción ni que éstas renuncien a los elementos disruptivos o disonantes que les otorgan su originalidad y encanto. Tercera obra maestra consecutiva, en fin, de un Tom Waits que todavía guardaba mucha creatividad encima (escuchen, verbigracia, Mule Variations) pero que en la década de 1980 dejó constancia de su mayor parte.

miércoles, 19 de junio de 2019

Mother Juno


A la sombra de su primera etapa y de tres discos como Fire Of Love, Miami y The Last Vegas Story, el segundo periodo de vida de The Gun Club dejará dos elepés consecutivos de menor agresividad sonora aunque igualmente necesarios, Mother Juno y Pastoral Hide & Seek, en especial el publicado en 1987. En compañía del gran Kid Congo Powers, Romi Mori y Nick Sanderson, Jeffrey Lee Pierce trae una colección de canciones espectacular ejecutada con sensibilidad pop y garra eléctrica, argumentos musicales que se funden o alternan pero que son evidentes. Que sea Robin Guthrie quien produce no es una anécdota, como no lo era que Chris Stein estuviera detrás de los controles en el mencionado Miami. Las palpitaciones góticas y post punk de Cocteau Twins se sienten en un material cuya textura, sin embargo, remite a Pierce y su grupo. Si es cierto que hay momentos como The Breaking Hands o Yellow Eyes que flirtean con el dream pop y el pop de raigambre soul, pero la energía power pop de la inicial Bill Baley y de Hearts, el asalto psychobilly de las tremendas Thunderhead y My Cousin Kim (imagino a Josetxo Ezponda escuchándolas mientras barruntaba el Color Hits de Los Bichos), la arrogancia de Lupita Screams y el rockabilly de adornos pop de Araby nos recuerdan y acercan a la distorsión y la potencia fundacionales de los autores de Lucky Jim. Port Of Souls pone fin solemne a Mother Juno como epítome (o como uno de los posibles epítomes) de lo que ha sido, imbricación de Yellow Eyes y Thunderhead, por ejemplo, o las tendencias dispares que ambas representan. Sea como fuere, parte de uno de los mejores y más olvidados álbumes de un año plagado de joyas.

lunes, 17 de junio de 2019

The One Before The Last


Encajonado entre Minor Chords And Major Themes y Pacific Ocean Blues, The One Before The Last (2000) es el álbum español de Gigolo Aunts por haber sido publicado a través del sello madrileño Bittersweet y por abrir con su mágica versión de Chica de ayer. Así es. The Girl From Yesterday traslada al inglés el original castellano de Nacha Pop —clásico incontestable del rock patrio—, manteniendo sus propiedades nostálgicas y románticas en el luminoso tratamiento power pop al que lo somete el grupo norteamericano. Los siguientes cinco cortes se nutren de material previamente grabado que no había visto la luz (a no ser que yo me equivoque). Kay And Michael vive entre MC5 y Big Star y The Shit To Superoverdrive mantiene inflamada la llama high energy con adornos pop. To Whoever echa el freno pero se aferra a la distorsión y la potencia mediante un espléndido trabajo de las guitarras de Dave Gibbs y Jon Skibic y la batería de Fred Eltringham. Sulk With Me es otro medio tiempo energético, si bien su estribillo ahorra en electricidad dejando el rock hueco para el soul. Como alt-country podemos definir lo que esconde Hey Lucky, una canción muy diferente al resto que ya solo por eso destaca.


La media docena de temas que completa el álbum es en realidad un epé de 1997 titulado Learn To Play Guitar y que tuvo escasa repercusión. Kinda Girl es una pieza de canónico power pop a la que se yuxtapone Wishing You The Worst (¡la revancha al poder!), donde el pop convive con el rock and roll de riff primigenio y sonido glam. Sway pasa de los cuatro minutos y medio convirtiéndose en la canción más larga del trabajo. Titulada en principio Slow Grunge, como nos recuerda el bajista Steve Hurley en las notas, Sloe podría pasar por lectura de un tema lento de Nirvana, viola de Jennifer Abel incluida, suavizado y embellecido por los Gigolo Aunts. Rockin' Chair se desarrolla en la línea de Kinda Girl a la espera de que The Sun Will Rise Again cierre en forma de balada para recordarnos una obviedad que a los depresivos cuesta ver: a los malos momentos suelen suceder los buenos. Que dicho aforismo tenga su reverso no es menos evidente, pero The One Before The Last concluye su recorrido abogando por la esperanza, así que con ella nos quedamos.

miércoles, 12 de junio de 2019

Coda


No fue un grupo que se anduviera por las ramas. Poco dejó fuera Led Zeppelin de sus elepés de estudio, pero alguna cosa había, como demostraba Coda, publicación póstuma de 1982. La explosiva versión del We're Gonna Groove de Ben E. King que inicia el álbum es un híbrido de la registrada en directo en enero de 1970 en el Robert Albert Hall —apertura de un impresionante concierto que se puede ver entero en el doble Led Zeppelin DVD— y los posteriores retoques a los que la guitarra de Jimmy Page, regrabada totalmente, será sometida. Los créditos del disco aseguraban que la canción correspondía a una sesión londinense del 25 de junio de 1969, un día después de que el cuarteto inglés hubiera grabado su mítica lectura del Travelling Riverside Blues de Robert Johnson, pero aquellos datos no se ajustaban a la realidad. Poor Toom es un descarte de Led Zeppelin III que tiene el aire folk de aquel trabajo y es un buen tema, aunque se comprende que quedara fuera pues no hubiera estado a la altura del soberbio material que conformaba el tercer paso del dirigible. De la misma función de la que sale We're Gonna Groove es un magnífico I Can't Quit You Baby que se asegura en los créditos procede de los ensayos previos, si bien, podado por delante y por detrás, el blues que escribiera Willie Dixon recoge a la banda en vivo sobre las tablas eliminado el sonido ambiente. Walter's Walk no entró en Houses Of The Holy a pesar de que hubiera encajado muy bien —funk rock pesado— en la quinta obra maestra consecutiva de Led Zeppelin.


La segunda cara de Coda la componen tres cortes salidos de las sesiones de su último y peor elepé, In Through The Out Door, y un instrumental escrito y grabado en Suiza en 1976 por John Bonhamn. Sin ocultar que cualquier comparación con el pasado puede causar sonrojo, Ozone Baby y Darlene son composiciones que no están mal, lo que no es suficiente para los autores de Physical Graffiti. Bonzo's Montreux es una especie de segunda parte de Moby Dick (con añadidos electrónicos de Page) que a mí no me dice nada. Intento del grupo de sonar tan agresivo como los punk rockers que de él habían hecho carne de cañón, Wearing And Tearing demuestra que Led Zeppelín no perdió nunca el orgullo ni el brío que hicieron de Page, Plant, Bonham y Jones nombres básicos en la historia del rock and roll. Que Coda no brille como sus extraordinarios logros del periodo 1969-1975 no les quita un ápice de mérito e importancia. Al fin y al cabo, hablamos de un remate para hacer caja.

lunes, 10 de junio de 2019

Suck It


Convertidos en trío desde hace cuatro años y superado el cáncer por su bajista, cantante y líder, los Supersuckers siguen facturando rock and roll de notable nivel, si bien parece difícil que un nuevo La mano cornuda o The Evil Powers Of Rock 'N' Roll vaya a salir de sus manos. El tiempo nos dará o nos robará la razón, mientras tanto hoy vamos a hablar de Suck It (2018), su último plástico cuando esto escribo. Lo abre, con la potencia habitual de la banda, All Of The Time, canción que una vez acabada se repite completita, sin que uno atisbe la razón y sin que desagrade escucharla una vez más, la verdad sea dicha. Citando a buena parte de lo más ilustre que el rock ha dado en los últimos treinta y tantos años (Rocket From The Crypt, New Bomb Turks, Dwarves, BellRays, Dirtbombs, Mudhoney, Hellacopters, Cosmic Psychos, Lazy Cowgirls, Nashville Pussy, Zen Guerrilla o los propios Supersuckers), The History Of Rock And Roll ofrece una defensa firme de la vertiente underground de la música del diablo como única capaz de mantener las esencias de un arte condenado a ser pasto de minorías. Parida a la sombra de AC/DC, esta larga y vibrante composición no oculta en su título, en su melodía, en su letra y en su interpretación cierto desencanto por esa escasa repercusión, pero, asimismo, lleva en su interior la destrucción ineluctable a la que se dirige un género que, digámoslo abiertamente, no da más de sí, descontando el jugo que —como media naranja girando en el exprimidor con la esperanza de que todavía caiga una gota en el vaso que contiene el zumo— le sacamos los interesados en mantenerlo vivo. Dead Inside y The Worst Thing Ever, contradiciendo su enunciado, enseñan el lado pop del grupo de Eddie Spaghetti, hermosos temas entre los que se ha colado Breaking My Balls, high energy que se remonta a los Stooges, MC5, Union Carbide Productions y Bored! What's Up (With This Motherfucking Thing) es otro trallazo donde rockabilly, punk y heavy metal se dan de tortas en menos de dos minutos. La deliciosa Cold Wet Wind se decanta por el country (coros de Jesse Dayton) antes de que los hermanos Asheton y epígonos vuelva a mandar en (I'm Gonna Choke Myself And Masturbate) 'Til I Die. No nos movemos de Detroit en Private Parking Lot, si bien es el de Bob Seger el que nos trae sus clásicos riff y cadencia. Una bestial, desfasada versión del Beer Drinkers & Hell Raisers de ZZ Top, con Dayton haciendo un dueto con Spaghetti y tocando la guitarra, pone fin a un disco que se disfruta mucho de "la más grande banda de rock and roll del planeta", como los Supersuckers gustan de denominarse. Olvídense si quieren de mis reflexiones sobre el presente y futuro de los sonidos que practican y denle duro a este Suck It. (Y que me perdonen "Metal" Marty Chandler y Chris "Chango" Von Streicher" si he tenido que esperar a este último paréntesis para halagar, respectivamente, su guitarra y su batería. Sin ellos, dichos sonidos no existirían.)


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miércoles, 5 de junio de 2019

Goodbye Yellow Brick Road


No puede ser: el mismo hortera insufrible que en los ochenta cantaba I'm Still Standing, I Don't Wanna Go On With You Like That y Sacrifice es quien en 1973 había publicado un doble elepé tan excitante y creativo como Goodbye Yellow Brick Road. Es lo primero que se me vino a la cabeza cuando, tras años ahuyentándolo por los prejuicios, me enfrenté a la que aquí y allá se considera la obra maestra de Elton John. Y con toda la razón, digo ahora que la calidad de su música me ha hecho renegar de un pensamiento construido a base de suposiciones que adjudicaban al trabajo pretérito del autor de Madman Across The Water las cualidades infames de sus éxitos de los ochenta.


Producción y sonido netamente setenteros, los del séptimo de John —grabado en Francia tras desistir de hacerlo en Jamaica— se me antojan ideales para el turgente caudal de melodías que el cantante y pianista compone con las letras de Bernie Taupin en mente. Las baladas (y derivados) elegantemente construidas ocupan la mitad de la hora y cuarto del álbum (orquesta incluida en varias), pero también hay sitio para el rock progresivo (Funeral For A Friend/Love Lies Bleeding); los intensos medios tiempos (Dirty Little Girl); el pop de aroma a R&B (Grey Seal y la triste All The Girls Love Alice); el reggae y el soft rock a pachas (la cachonda y procaz Jamaica Jerk-Off); el rock and roll —yuxtaponiéndose Your Sister Can't Twist (But She Can Rock 'N Roll) y la maravillosa Saturday Night's Alright For Fighting para viajar del primer latido de la música del diablo al periodo, actualidad entonces, glam—; y el bluegrass y el honky tonk de colores (Social Disease).


Utilizada un cuarto de siglo después para despedir a Diana de Gales —muerta junto con su amante y su chófer en un túnel parisino—, Candle In The Wind estaba cantada originalmente en recuerdo de Marilyn Monroe, es la pieza más conocida, que no la mejor, de Goodbye Yellow Brick Road y es posible que su vomitiva sobrexposición en honor de una privilegiada sin valor o interés algunos haga a muchos huir de un trabajo tan excelente y de su autor. Se equivocarán, como yo, pero no soy quien para dar consejos. Adiós, en todo caso, a El mago de Oz, bienvenidos al mundo de los adultos, del que ya no hay escape por mucho que se quiera.

lunes, 3 de junio de 2019

A Date With Elvis


Los cinco años que pasan entre el segundo y el tercer elepé de estudio de los Cramps no son de inactividad para la banda, sino de problemas legales con Miles Copeland, abandono de Kid Congo Powers para volver a The Gun Club (con quien grabará los excelentes The Last Vegas Story y Mother Juno) y ajustes en la formación hasta incorporar una bajista estable (Candy del Mar) en sustitución de la segunda guitarra. A pesar de todo ello, entre Psychedelic Jungle y A Date With Elvis (publicado en 1986) los fans del grupo saciarán su hambre de psychobilly californiano con dos recopilatorios de singles, un disco en vivo y algún que otro sencillo.


Aunque la obra posterior de los Cramps no es desdeñable, su tercer plástico es el último, a mi juicio, realmente imprescindible. Tomando prestado el título al rey del rock, los autores de …Off The Bone nos entregan una colección de canciones fabulosa en la que el pop gana cierto terreno a la electricidad y la psicodelia sin que las señas básicas de la banda (rockabilly + garage rock + punk + serie B) se vean afectadas. La sombra alargada de Link Wray, Johnny Burnette, Bo Diddley, los Trashmen o los Sonics no se ha esfumado y las premisas sonoras y su desarrollo coinciden con las que han hecho de los Cramps una institución rocker sin parangón, pero hay una querencia melódica mayor y una distorsión más leve en el transcurrir de un trabajo hecho de nueve originales y dos versiones. Quizá tenga algo que ver que todas las guitarras y los bajos que escuchamos sean tocados por Poison Ivy, si bien esa sencillez a la vez barroca y primitiva que guía al grupo —tan nítidos los referentes, tan particulares los resultados— se mantiene en sus cuerdas, en la voz alucinada de Lux Interior y en la percusión elemental de Nick Knox. El barniz de fuzz, el histrionismo y las historias peculiares continúan bañando unas composiciones hechas con las estructuras de siempre, las que se erigen con la vista puesta en el rock and roll original. Los matices pop los hallamos aquí y allá, pero es en Kizmiaz donde se manifiestan absolutamente, tanto que pareciera que Cornfed Dames —cinco minutos y medio de virulencia noise que suponen la pieza más extensa del álbum— se yuxtapone para pedir perdón o reivindicar gallardía, dureza y poderío.


No hay segundo sobrante o tema menor en el elepé, lo que no es óbice para destacar la tríada que lo abre: How Far Can Too Far Go, The Hot Pearl Snatch y People Ain't No Good (con su coro infantil) son para gritar de lo exageradamente buenas que son, y no digamos una detrás de otra. En fin, y dicho lo anterior, A Date With Elvis no debe faltar en su colección en compañía, como mínimo, de Songs The Lord Taught Us y Psychedelic Jungle. Bien sea en vinilo negro o naranja, CD o casete, ahí ya no me meto.