Tenido por el más hermoso de los trabajos de Robert Mulligan, la adaptación que el director
Si bien la puesta en escena de Mulligan, la fotografía de Russell Harlan, la música de Elmer Bernstein y el guión de Horton Foote son excelentes, es la composición que Gregory Peck hace de Atticus Finch —uno de los personajes más recordados de la historia del cine— lo que le da la impronta definitiva a la película. El hombre bueno, justo y honrado frente a la masa filofascista y contrarooseveltiana que busca razones espurias que justifiquen y aplaquen su empobrecimiento es interpretado por Peck de manera magistral, sirviéndose de toda una serie de matices gestuales y corporales que, potenciados por la cámara del director, dan una verdad al abogado defensor y padre viudo de dos hijos que traspasa la pantalla. También los dos niños son muy creíbles, condición imprescindible pues es la infancia parte importantísima del film (e interés general de la obra de Robert Mulligan). El contraste entre el inocente descubrimiento de la vida de los pequeños y la sordidez y desazón del mundo de los adultos recorre de arriba abajo los fotogramas de la cinta, aislando en su ejemplaridad la sobria dignidad de Atticus Finch, plasmación icónica de la mejor tradición liberal y democrática norteamericana en un tiempo y un espacio muy difíciles para ser ambas cosas —liberal y demócrata— con coherencia e incluso rigor.
Dada a conocer en un momento álgido de las luchas por los derechos civiles lideradas —con discursos y métodos diferentes— por Martin Luther King y Malcolm X, Matar a un ruiseñor es una de las siete películas de Robert Mulligan que produjo Alan J. Pakula antes de convertirse en el director de largometrajes tan afamados como Klute (1971) o Todos los hombres del presidente (1976). En cuanto a Mulligan, proseguiría una carrera de la que quiero nombrar el nostálgico acercamiento a la adolescencia y los primeros amores que es Verano del 42 (1971), cuyas bondades no están a la altura de las detalladas aquí sobre su obra maestra, pero merecen ser catadas por el buen aficionado. Y si a Gregory Peck —finalizamos— le habían dado papeles llenos de interés Henry King o John Huston y todavía se los darían John Frankenheimer o Richard Donner, para muchos el actor de California siempre será Atticus Finch. Y viceversa.
Excelente reseña de un film épico. Me gusta mucho el tono nostálgico de la película, una tristeza extraña que exhala, como si tratase un problema eterno. Gran reivindicación de Peck como actor además.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me reitero en lo que hoy te he dicho, excelente peli y una reseña para enmarcar. Es un film que envejece muy bien y con detalles en plena vigencia. Abrazos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Addi. Es que Peck fue un gran actor, mira "El pistolero" o "Yo vigilo el camino", qué espléndidas actuaciones (y películas).
ResponderEliminarMuchas gracias, Johnny. Sí, la película ha envejecido perfectamente,
Abrazos.
Mi memoria no alcanza a recordar el momento en que me enfrenté por primera vez a la película, aunque sí tengo más referencias temporales del libro de Harper Lee y de la verdadera historia que relata. Creo recordar que en alguna de las novelas de Kerouac se narra el paso de los protagonistas por el lugar del suceso. También existen algunas interpretaciones, creo que de Nina Simone, sobre este crimen y la venganza de los lugareños sobre el injusto acusado. Investigaré más.
ResponderEliminarAbrazos,
JdG
Yo el libro no me lo he leído, ¿tú sí? Lo de Kerouac no lo sé, pero sí sé de la gran influencia que "Matar a un ruiseñor" (novela y película) ha tenido sobre la cultura popular norteamericana.
ResponderEliminarAbrazos.