viernes, 27 de diciembre de 2013

Cinco años construyendo Ragged Glory


Cinco años han pasado desde que un servidor se tirara a la piscina —espoleado por su hermano Álvaro— para hablar de sus discos favoritos de la mejor de las maneras posibles dentro de sus limitaciones. Cinco años son muchos, y en ellos he visto como muchos blogs se quedaban en el camino y otros se añadían a la red para compartir su conocimiento (o su ignorancia, que de todo hay). Los principios fueron dubitativos, pero con el tiempo el asunto empezó a engancharme y terminó apasionándome. La búsqueda de la palabra exacta para describir unos sonidos y lo que éstos en mí provocaban; el esfuerzo por conocer y plasmar antecedentes, consecuentes y concomitancias; la pugna entre el dato (objetivo) y la opinión (subjetiva); la interacción con otras amantes de la música… Esto  que expongo y mucho más acabó haciendo que un simple entretenimiento se convirtiera es una especie de diccionario, aun parcial y personal, al que me di cuenta de que trataba con el mismo respeto que las dos novelas que he publicado, los artículos cinematográficos hechos para Ruta 66 o los relatos y poemas que tengo escritos, y, ojalá, algún día vean la luz. Ragged Glory —creo que puedo decirlo así sin miedo a exagerar o a hacer el ridículo— es un espacio digno que forma parte de mi obra y del que me siento orgulloso, a pesar de que pueda y deba mejorarse.

Pero, más allá de lo que he expresado arriba, este blog me ha servido para entrar en contacto con personas que, con mayor o menor intensidad, ya forman parte de mi vida, por muy cursi que suene la expresión: Savoy Truffle, Johnny, Addison de Witt, Lu, Tyla DeVille, Agente Cooper, Mansion On The Hill, Guzz, Nikochan, Javier de Gregorio, Evánder, Paco, Joserra Rodrigo, Pachi Tapiz, Javier Simpson, La Pecera del Caimán, Rockland, Tsi-Na-Pah, Benet Rockfloyd, Jesús García, Scott St. James, F. A. Giovanni, Lorbada, Red River, Sergio DS, Blue Monday, Piru, Anna van anna, Aurelio Pérez, AntonioR, los amigos de Más Truenos Magazine, Chals, Jesús o caídos en desgracia (bloguera) como El rey lagarto o David (que me perdonen los que me olvido). Y por si esto fuera poco, he recuperado a un querido amigo balear, animal del rock and roll para más señas. Espero que se sumen nuevos nombres durante los próximos años y que no se caiga ninguno; y espero que Ragged Glory siga siendo una página de encuentro, intercambio y reflexión. Gracias a todos por vuestro granito de arena y muy feliz 2014.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Free Jazz. A Collective Improvisation By The Ornette Coleman Double Quartet


Free Jazz. A Collective Improvisation By The Ornette Coleman Double Quartet. Treinta y siete minutos de música revolucionaria en un solo comprimido.
  1. Qué es Free Jazz y para qué se utiliza. Free Jazz pertenece al grupo de músicas irreductibles que dan nombre a todo un movimiento, pero que, sensu stricto, son ajenas a etiquetas o encasillamientos por su naturaleza rompedora contraria a las normas —explícitas o no— preexistentes. No significa ello falta de conocimiento o respeto a las mismas, sino ambición artística que comprende la tradición, pero no se limita a repetirla e intenta ir más allá. Free Jazz está indicado para mentes inquietas con curiosidad estética y hambre de conocimiento.
  2. Antes de escuchar Free Jazz. Si es usted conservador, nunca ha pasado del rock and roll o de Vivaldi y piensa que Picasso no sabía pintar, quizá debería abstenerse de escuchar un disco de un solo tema al que los vocablos "disonancia" y "vanguardia" no son ajenos. (Y "chirriante", ya le oímos decir.) Si está a dieta eterna de Abba, Bon Jovi, Madonna o similares, no es muy recomendable la toma de Free Jazz. Puede horrorizarle, pero también hacerle caer en la cuenta del tiempo y dinero perdidos durante su vida; al fin y al cabo, hablamos de algo serio.
  3. Cómo tomar Free Jazz. La mejor manera es de golpe y porrazo antes de cumplir los veinte años, no vaya a ser que luego no esté preparado. Las personas de edad avanzada pueden sufrir un colapso si incluso Louis Armstrong les parece radical o les suena a chino. Hable con alguien experto en la materia (debe conocer, como mínimo, a Charles Mingus, Sun Ra y John Coltrane) si realmente se va a exponer a los sonidos de Ornette Coleman y sus dos cuartetos.
  4. Posibles efectos adversos de Free Jazz. No se conocen efectos adversos realmente graves, pues nadie que pudiera quedar trastocado por su escucha completa pasa del minuto uno. Solo se sabe del caso de un oyente que vomitó los huevos fritos con chistorra que acababa de cenar, tras confundir el disco compacto de Free Jazz de su hijo con una recopilación de jotas castellanas, y mientras se precipitaba sobre la cadena para detenerlo.
  5. Conservación de Free Jazz. Mantener fuera del alcance de personas de mal gusto, como lectores de Ken Follet o seguidores de Manolo Escobar. No se conoce fecha de caducidad.
  6. Información adicional de Free Jazz. Grabado el 21 de diciembre de 1960 en Nueva York, Estados Unidos, por dos cuartetos que se dedican a improvisar libre, feliz, simultánea y magistralmente. En el canal izquierdo escuchamos a Ornette Coleman (saxo alto), Don Cherry (trompeta), Scott LaFaro (contrabajo) y Billy Higgins (batería); en el izquierdo, a Freddie Hubbard (trompeta), Eric Dolphy (clarinete bajo), Charlie Haden (contrabajo) y Ed Blackwell (batería). Los ocho parten de una fanfarria escrita por Coleman que queda inmediatamente superada y anulada por el extraordinario torrente que durante cerca de cuarenta minutos borra las huellas del pasado y firma una de las obras cumbre de la música de la segunda mitad del siglo XX.
Este prospecto (número 375) ha sido aprobado y publicado por Gonzalo Aróstegui Lasarte de Ragged Glory —cinco años de trabajo en la red le avalan— en diciembre de 2013, si bien la materia del mismo vio la luz en septiembre de 1961. Si está usted interesado en hacerse con una copia de Free Jazz. A Collective Improvisation By The Ornette Coleman Double Quartet, sepa que su aspecto lo determina la imagen que encabeza este texto (o la que lo cierra). Se presenta en formato LP, CD o MP3, y cualquiera de ellos es válido para gozar como un poseso (léase curar) o salir corriendo (léase empeorar), dependiendo de su nivel cultural y afán de búsqueda. Para más información, investigue por su cuenta, querido lector… digo paciente.


miércoles, 18 de diciembre de 2013

The Kink Kontroversy


Transición es la palabra más comúnmente asociada a The Kink Kontroversy, tercer álbum de los Kinks, y a pesar de ser acertado su uso visto lo que vendrá después, es una transición que afecta a toda la música rock cuando a finales de noviembre de 1965 se publica el elepé. Época de cambios, pues, es también cierto que la nueva orientación del grupo de los hermanos Davies lo hará marchar por unos derroteros tan genuinos, a la par de idiosincrásicamente británicos, que es difícil comparar con los de nadie los logros a los que conducirán sus inquietudes.

Ateniéndonos al disco en cuestión, se podría admitir que no está a la altura de lo que a partir del año siguiente va a parir la banda —una extraordinaria tetralogía cuyo pináculo, The Kinks Are The Village Green Preservation Society, mira de igual a igual a lo mejor de los Beatles y los Stones—, pero cuando uno se para a escucharlo descubre que The Kink Kontroversy es una obra espléndida. La versión de Milk Cow Blues, Gotta Get The First Plane Home, Till The End Of The Day, Where Have All The Good Times Gone, It's Too Late, What's In Store For Me y You Can't Win desarrollan la apropiación de R&B y rock and roll que los Kinks hacen desde un principio, enérgico garage rock que influirá por igual en el hard y en el punk, y que la voz y la manera de cantar de Ray Davies hace inconfundible. Sin embargo, The World Keeps Going Round y, en especial, I'm On A Island —sin dibujar a un conjunto radicalmente distinto— empiezan a remitir a lo que muy pronto se va a desarrollar. Hay también una preciosa balada, Ring The Bells; dos minutos para acercarse al beat, When I See That Girl Of Mine; y una notable composición de Dave Davies, I Am Free, que nada tiene que ver —por si acaso aún quedan despistados— con el I'm Free stoniano de ese mismo año.

No negaremos, pues, que Something Else By The Kinks o Arthur (Or The Decline And Fall Of The British Empire) tengan mayor enjundia que este The Kink Kontroversy —irónica referencia a la mala fama del cuarteto—, pero cuando un disco contiene clásicos como alguno de los mencionados y de sus canciones obtenemos un placer tan grande sí que podemos asegurar que las comparaciones nos son indiferentes… al menos hasta que la música deja de sonar. Si a la sazón no tan originales, ya eran profundamente ingleses los Kinks.

 

domingo, 15 de diciembre de 2013

Younger Than Yesterday


Nacidos a la sombra de la invasión británica, en general, y de los Beatles, en particular, los Byrds dieron desde el principio con una voz particular que, unida al talento compositor de sus miembros y la habilidad para hacer suyas canciones de otros, fue capaz de edificar seis elepés indispensables en un periodo de solo tres años en los que la banda muta del folk electrificado y el pop de Mr. Tambourine Man —su primer trabajo— al country de Sweetheart Of The Rodeo —el sexto—, dejando un reguero de psicodelia en el camino. Elegir entre obras tan exquisitas es, para un servidor, como hacerlo entre En busca del tiempo perdido y El corazón de las tinieblas o Las Meninas y el Guernica. Cuando es tal, prefiero acumular la belleza, analizarla caso por caso, antes que decidir —metidos de nuevo en harina— si este disco merece una décima más que aquél.

Sin rastro alguno ya de Gene Clark en él, Younger Than Yesterday (1967) es el cuarto álbum de los Byrds, y, pese a que manifiesta cierta continuidad respecto a Fifth Dimension, los elementos lisérgicos y experimentales y el raga rock no tienen tanta importancia, o, al menos, no son tan decisivos en el resultado final del elepé. So You Want To Be a Rock 'N' Roll Star, quizá al clásico por excelencia del grupo, da el pistoletazo de salida con esa maravillosa melodía de la mítica Rickenbacker de doce cuerdas de Roger McGuinn, convertida en sublime armonía al entrar el bajo de Chris Hillman y potenciada sonoramente por la trompeta de Hugh Masekela. La ironía con la que se observa la industria musical en la letra del tema pone en solfa la mitificación que muchas veces se hace de una época esencial en la construcción y extensión del rock and roll, pero propensa —como cualquier otra— al engaño y a la manipulación de los artistas y su público. Una de las sorpresas más gratas con la que nos encontramos es la incorporación de Hillman como autor único de canciones. Have You Seen Your Face es la primera de las cuatro que aporta, celestial oda al enamoramiento que a día de hoy permanece como uno de los mejores temas de la banda. La pegadiza C.T.A. nos habla de extraterrestres, y su pop alegre y saltarín se ve inficionado por voces de seres de otras galaxias y efectos de estudio relacionados con las músicas concreta y electrónica… y el más allá si lo desean. Si este corte está escrito por McGuinn y R. J. Hippard, Renaissance es una composición del primero y David Crosby, cuya bellísima arquitectura, sin salirse del sonido byrd, la acerca a esas miniaturas gregorianas patentadas por los Beach Boys. Time Between es la segunda y exquisita canción de Hillman, personalísimo country pop que contrasta con el recogimiento de Everybody's Been Burned, un tema de David Crosby que quita el aliento por su delicada estructura, pero, sobre todo, por la espléndida forma en que está interpretado. Thoughts And Words (Chris Hillman) mezcla el pop con la psicodelia y utiliza el estudio, al igual que en C.T.A, como un instrumento más. Profundizando en la vía psicodélica, Mind Gardens está plagada de manipulaciones sonoras que convierten esta composición de Crosby en la más larga y radical propuesta del disco. Una brillante versión del My Back Pages dylaniano precede a The Girl With No Name, nuevo y excelente número de country pop a cargo de Hillman. Para completar la media hora que siempre duraban los plásticos de los Byrds, otro memorable tema escrito a medias por McGuinn y Crosby, Why, en el que las soberbias armonías vocales y las melodías inolvidables del cuarteto conviven con el raga que traen los solos de guitarra de McGuinn imitando al sitar.


No creo que sea necesario añadir más loas o comentarios a esta aproximación a una de las obras maestras de la banda californiana. Cuarto movimiento de una sinfonía de cámara que se divide en seis, dura tres horas y ve la luz entre 1965 y 1968, Younger Than Yesterday consigue destacar en un año en que debutan la Velvet, los Doors, la Jimi Hendrix Experience o Captain Beefheart, y Beatles, Beach Boys, Love, Cream o Aretha Franklin publican álbumes descomunales (¿apabullados?); pero también lo harían los cinco discos que faltan para completar el fulgurante arranque de una institución sin la que —ya lo saben— el rock no sería lo mismo. Big Star, Eagles, Tom Petty, Replacements, Cynics o Teenage Fanclub —me vienen ahora a la cabeza, pero son cientos— dan fe de ello.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Live At The Musicians Exchange Cafe


Honestamente: ni es prioritario si no tienen ningún disco de McCoy Tyner, ni han de llevarse las manos a la cabeza si les falta en su colección de álbumes del egregio pianista. Pero si forma parte de ella —como es mi caso— o lo ven por ahí tirado de precio, no desdeñen la dosis notable de placer que Live At The Musicians Exchange Cafe les puede proporcionar. Extraído de sendas actuaciones llevadas a cabo por el trío de Tyner en el Musicians Exchange Cafe de Fort Lauderdale, Florida, los días 24 y 25 de julio de 1987, el disco nos hace saber que cerca ya de los cincuenta el pianista mantiene sus dotes, aunque las dedica a explorar terrenos menos radicales que los hollados junto a John Coltrane o en muchos de sus trabajos en solitario. En compañía de Louis Hayes (batería) y Avery Sharpe (bajo), Tyner trae a su música aires caribeños en homenaje a Carlos Santana (Señor Carlos, original de Looking Out, elepé en el que colaboraba el guitarrista) que, lejos de ser malos, no hacen de su comienzo lo mejor del disco. Con la revisión de Lover Man y You Taught My Heart To Sing (aquí él solo), sin embargo, McCoy Tyner desgrana toda su sensibilidad, destacando asimismo en el primero de los temas la magnífica improvisación de Sharpe. Port Au Blues es un buen tema que se desarrolla feliz y rítmico frente a la introspección que le ha precedido. Island Birdie pertenece al mismo álbum que Señor Carlos y va en la misma onda; aunque las interpretaciones en este caso sean superiores (realmente impetuosa la de Tyner en ciertos tramos), no acaban de llegarme el latin jazz que el trío vuelve a defender ni el sonido funkie —tan de los ochenta— del bajo de Avery Sharpe. What's New cerraba el elepé publicado en 1988 con Tyner y sus teclas como únicas protagonistas por segunda vez, pero la edición en CD de 1994 añadía un corte*, Hip Toe, que no deslucía el conjunto, si acaso lo mejoraba. Un conjunto, sea como fuere, lo suficientemente grato y estimulante como para no quedar defraudado tras su escucha. Cierto que, siendo McCoy Tyner el protagonista, otra opción parece (casi) inviable.

*Existe también una versión del álbum titulada como el tema mencionado, What's New, que contiene las siete piezas, pero no he podido comprobar fehacientemente que viera la luz antes de la edición digital.

lunes, 9 de diciembre de 2013

New York

Bob Dylan o John Lennon podían relatar sus transgresiones de forma elíptica; Reed era directo y contundente, como Raymond Chandler y otros autores de su querida novela negra. En vez del clásico conflicto de chico-chica, el cancionero de Lou introducía a homosexuales, travestidos y otras criaturas exóticas. Sus protagonistas podían odiarse, practicar el sadomasoquismo e incluso matar. En medio del ensueño jipi de los sesenta, aquello sonaba a aberración neoyorquina.

(Obituario publicado por El País tras la muerte de Lou Reed, Diego Manrique)



Atrapado por la lenta cadencia de Endless Cycle —las guitarras eléctricas de Lou Reed y Mick Rathke sonando como acústicas; la batería de Fred Maher, cual metrónomo marcando el compás; el bajo de Rob Wasserman evitando las florituras, pero dejándose notar—, que sirve a Reed para contarnos una historia terrible sin hipérbole vocal alguna, me doy cuenta de que han pasado tres canciones extraordinarias y algunos de los mejores riffs creados por quien fuera miembro de la Velvet Underground (Romeo Had Juliette, Halloween Parade, Dirty Blvd., con Dion haciendo coros en esta última), y no he sido capaz de escribir una sola palabra acerca de ellos o del disco que los contiene, New York (1989). Ese disparo a bocajarro que se yuxtapone, There Is No Time, hard rock a su manera, vuelve a sorprenderme por enésima ocasión, como si no estuviera preparado para él. La música es tan intensa que me aleja del teclado, invitándome a escucharla sin disertar sobre ella, "como si fuera un libro o una película", tal y como recomienda con mucha razón su autor en los créditos, pues las letras —pequeños cuadros duros y ácidos que dan una visión de la ciudad más famosa del mundo muy diferente a la oficial— merecen también plena atención. Last Great American Whale retoma las sensaciones de Endless Cycle y recupera a Moe Tucker y su maravillosa y única manera de percutir. Beginning Of A Great Adventure hace que Reed y su grupo se orienten hacia una suerte de jazz nocturno soberbiamente resuelto por las guitarras del autor de Transformer y su compañero Rathke, que colabora en la composición del tema. Busload Of Faith, Sick Of You, Hold On y Good Evening Mr. Waldheim empalman con el rock clásico y excelente del principio —la sombra siempre presente de Keith Richards—, si bien cada una lo hace desde perspectivas diferentes y plenamente logradas. Xmas In February y Strawman repiten el esquema/contraste de Endless Cycle y There Is No Time, alcanzando Reed en el segundo de los temas uno de los momentos más vehementes y agresivos de todo el trabajo. Dime Store Mistery, de nuevo con Tucker a bordo, es un impresionante viaje al pasado, a los sesenta, a Andy Warhol, a la Velvet; pero también al Lou Reed que no hace concesiones —el mejor para mí—, el de The Blue Mask, el de Street Hassle, el de Berlin. Es, en fin, la inmejorable culminación de una obra maestra absoluta cuya radical belleza —nacida de la austeridad, de la ausencia de adornos espurios— no cesa de emocionar al oyente un cuarto de siglo después de su nacimiento. Aquélla que causa parálisis y respeto a quien, como yo, tiene la osadía de hablar sobre ella intentando no caer en la más pura de las elucubraciones.


jueves, 5 de diciembre de 2013

La dinastía Scorpio


Conocí a Él mató a un policía motorizado —formación con diez años a sus espaldas— la pasada primavera en Madrid. Era un concierto de varias bandas argentinas al que acudí por indicación de la querida Lu, en el que, curiosamente, no tocaba dicho grupo. Sí lo hacía su cantante y compositor, Santiago Motorizado, orondo y barbudo personaje que llamó mi atención inmediata por su físico y, luego, por sus letras y la manera de trasladarlas al público. La belleza que importa es la del interior, pero nunca es la primera que llega. De la sala Intruso salí con la edición española de su último disco, La dinastía Scorpio, original de 2012 que aquí verá la luz en marzo de 2013 gracias a Limbo Starr en cuidado y grueso vinilo más CD de regalo. ¿Y qué me encontré en él cuando la aguja surcó su tersa negrura? Encontré en él a un quinteto adscrito sin complejos a lo que se conoce como indie rock, y que no oculta obvias influencias de Yo La Tengo, Pixies, Pavement, Sonic Youth, Bowie o la Velvet, si bien también se pueden reconocer otras de la new wave. Pero asimismo hallé la melancólica personalidad, lírica y musical, de las composiciones de Santiago, cuyo prominente bajo funciona como sostén y basamento de todas las canciones, particularmente logradas las de la cara A. El elepé gana en oscuridad conforme avanza, pero no pierde esa nostalgia casi naíf que lo envuelve, ese aire de ensoñación construida con elementos dolorosamente reales, palpables. Las guitarras de Pantro Puto y el Niño Elefante, la batería de Doctora Muerte y las teclas de Chatrán Chatrán dan empaque coherente con las premisas establecidas por su líder a los temas de los que consta el trabajo, aportando matices y construyendo paisajes sonoros de notable y articulada hermosura. Quizá tras escuchar La dinastía Scorpio no sientan que "Ya nada va a ser igual, vos no vas a ser igual", como canta Santiago Motorizado en El fuego que hemos construido, último escena de la función, pero sí podrán afirmar que ésta ha sido muy curiosa, interesante y —por eso le he dedicado unas líneas— recomendable.

lunes, 2 de diciembre de 2013

At The Five Spot Cafe, New York City, August 1958


Puesto en circulación por Giants Of Jazz en su serie de Inmortal Concerts, At The Five Spot Cafe, New York City, August 1958 reúne material de los dos elepés en directo —Thelonious In Action y Misterioso— que habían dejado registrada la estancia de Thelonious Monk y su cuarteto en el verano de aquel año en el mítico club neoyorquino. Tienen gran importancia dichos discos y la recopilación que comentamos porque documentan el (breve) paso de Johnny Griffin por el grupo de Monk en un momento en que ambos se hallan en plenitud de facultades, como evidencia el hecho de que vengan de grabar, el año anterior, dos obras de la maestría de A Blowin' Session (el saxofonista) y Brilliant Corners (el pianista). No poseo In Action o Misterioso, pero At The Five Spot Cafe es suficiente para afirmar que lo que el 7 de agosto de 1958 (si no hay tomas de otra fecha) se cocinó en tan emblemático local es para sentir envidia de los espectadores (a los que se oye hablar de fondo, ¡sacrilegio!) que allí estuvieron presentes. Los solos de Griffin y Monk son espléndidos en todos los temas incluidos en el CD, y los dos músicos no cesan de irradiar belleza mediante improvisaciones plenas de swing apoyadas en una base rítmica a la altura: Roy Haynes (batería) y Ahmed Abdul-Malik (contrabajo). La elegancia innegociable del autor de Monk's Dream y la sensualidad y armonía de Griffin esculpen formas de alegre densidad a encuadrar, claro, entre el bebop y el hard bop, pero, siendo justos, entre la historia completa del jazz y la personalidad marcadísima de tan nobles intérpretes. En una época en la que el número de músicos sobresalientes en Estados Unidos es inabarcable, esta pareja feliz aunque fugaz es capaz de destacar, lo cual tiene un mérito difícil de calcular. Unos tocan bien; otros, mejor; el resto, no muchos, tiene nombres como Thelonious Monk o Johnny Griffin.