miércoles, 23 de noviembre de 2016
Gear Blues
Hay que reconocer que su anterior trabajo —Chicken Zombies— es un disco excelente, y que cuando Thee Michelle Gun Elephant entra a grabar Gear Blues (1998) es ya un grupo arrollador. Pero, aclarado esto, no debemos ocultar la extraordinaria musicalidad del que bien podría ser el mejor álbum de rock and roll de los noventa. Porque es terminar West Cabaret Drive y —joder— sentirte aplastado por un torbellino de high energy tal que parece increíble que lo puedan crear solamente cuatro individuos —japoneses y malencarados para más señas— con sus cuatro instrumentos. Escupe fuego asesino la guitarra de Futoshi Abe, maltrata los tambores Kazuyuki Kuhara, mantiene el oremus el siempre preciso bajo de Koji Ueno y —el jefe, el puto amo— ordena y manda Yusuke Chiba a través del micro. Ahí está la clave: la puesta en escena de algo ya conocido con las mayores violencia, concentración y confianza imaginables. Escuchen, conforme avanza el plástico, Dog Way, Killer Beach, Brian Down, Give The Gallon (espectáculo rocker sideral y arrogante), Ash, Boiled Oil o ese glorioso trallazo que bajo el título de Danny Go culmina el disco, y díganme si pueden imaginar muchas cosas con una intensidad superior sin que la pericia técnica o la estructura de las canciones se pierdan por el camino. Llega el final, se hace el silencio y la cerca de una hora de arrebato musical vivida sigue golpeando tu mente como si no hubiera cesado. Se acuerda uno de los Sonics, de Dr. Feelgood, de los Dead Boys, de los Cramps, de Union Carbide Productions (rememore el lector fieras similares y sustituya los nombres si así lo desea), pero no es necesario el cotejo, pues Gear Blues y sus creadores afirman genuinos e independientes su poderío y elegancia aun edificándolos sin ambages sobre la tradición más eléctrica del rock and roll. Cantando en su lengua y honrando la memoria de Link Wray y Bo Diddley, Thee Michelle Gun Elephant había parido un álbum descomunal que se comía a cualquiera, bien estuviera en Escandinavia, en Oceanía… o en los mismísimos Estados Unidos. Y se lo juro por Elvis.
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Joder, nunca he tenido en consideración a los japos en esto del rock and roll, los veo más en plan contemplando almendros en flor y escribiendo haikus (lo más oriental a lo que he llegado ha sido a Aphrodite´s Child, me temo). Por tus últimos posts te veo muy "high energy".
ResponderEliminarAbrazos,
JdG
Pues ya verás cuando escuches a este grupo, tu percepción cambiará radicalmente, Javier. Sí, las últimas entradas van mucho en la onda del rock and roll más potente.
ResponderEliminarAbrazos.
Joder la cosa esta de japos hoy, bernardo nos escribe también sobre un grupo powerpopero en su casa, de estos tampoco se nada, pero la curiosidad me mata, estos japos son la pera.
ResponderEliminarUn abrazo.
Solo quizá, y de lejos, me ofreció Zen Guerrilla un sopapo tan contundente como el de los nipones desde aquellos años a caballo de ambos siglos... Lo peor y mejor a la vez es que me queda con TMGE ese poso de que estábamos ante una banda que no dejó nunca de crecer y generar nuevos matices sin perder un solo voltio en el proceso... Eso si, el que hoy nos traes y Casanova son mis elegidos suyos y, a su vez, me resultaron (y resultan) a los White Stripes o los Strokes lo que Godzilla a los Teletubbies... Inolvidables.
ResponderEliminarUn abrazo, Gonzalo.
De éstos he comentado ya cinco discos en Ragged Glory, Addi. Un grupo que adoro.
ResponderEliminarZen Guerrila fue una banda aplastante, Guzz. Recuerdo verles en vivo y después catar el soberbio "Shadows On The Sun", menudo trueno. Peo TMGE fue lo más, está claro. Muy cierto lo de su evolución, no hay más que escuchar sus dos últimos trabajos para ver cómo nunca dejaron de investigar.
Abrazos.
Totalmente de acuerdo estimado, TMGE es demoledor. Lamentablemente mucha gente aun tiene prejuicios con el rock de esos lares
ResponderEliminarUna pena esos prejuicios, Ariel.
ResponderEliminarSaludos.