lunes, 13 de julio de 2020

Sublimación poética de la obra de John Ford


Antes de rodar Centauros del desierto (1956), John Ford era un maestro con una filmografía a sus espaldas difícil de igualar y que incluía títulos como La diligencia (1939), Las uvas de la ira (1940), Pasión de los fuertes (1946), El hombre tranquilo (1952) o Mogambo (1953). Después de su estreno, dirigiría varias películas que podrían situarle en lo más alto de su profesión: Escrito bajo el sol (1957), Misión de audaces (1959), El sargento negro (1960), Dos cabalgan juntos (1961) o El hombre que mató a Liberty Valance (1962). Sin embargo, es su adaptación de la excelente novela de Alan Le May la que hace de Ford el mejor cineasta norteamericano sin duda alguna. Los cientos de detalles y matices que surgen de la contemplación de cada uno de los planos, las alusiones y sugerencias de su puesta en escena y de lo que queda fuera de ella, su fotografía, los muchos asuntos abordados (del amor al racismo pasando por la venganza, la violencia, el individualismo o la creación definitiva de los Estados Unidos tras la guerra civil), su influencia en directores de todo el mundo y la interpretación mayúscula de John Wayne alzan a The Searchers a ese lugar único en que se hayan El Quijote o Las Meninas, por ejemplo, creaciones superlativas cuyo misterio y grandeza el tiempo multiplica.


Texas, 1868. Una puerta que se abre y otra que se cierra —corroborando la condición de eterno forastero o outsider, en el más certero vocablo anglosajón, de Ethan (Wayne)— parapetan un relato de dos horas que parte de un guion de Frank Nugent cuya estructura difiere de la de la novela en un elemento importante: los primeros veinte minutos no están en ella. Pero ese añadido nada significaría sin aludir a la auténtica disparidad entre libro y largometraje: el lenguaje crudo y realista de Le May frente a las imágenes poéticas y profundamente emotivas de Ford. No quiere decir esto que éste evite o niegue la dureza o que aquél sea zafio con su pluma, son maneras diferentes de abordar algo, y ambas con resultados muy positivos, si bien el autor de Caravana de paz (1950) llega más lejos en forma y fondo que el escritor que le sirve de inspiración. Desde su primer fotograma, Centauros del desierto —hermoso título castellano que, rara excepción, supera al inglés sin tener nada que ver con él— es una catarata de belleza contenida, de tensiones a punto de explotar, de pecados, manchas o arrepentimientos pretéritos que quedan apuntados. El amor que quizá pudo ser y no fue; el país que ya no será como lo soñaban los estados esclavistas del sur; el odio por la sangre india o mestiza; estos tres elementos clave quedan definidos en un arranque extraordinario que explica, sin justificar ni aplaudir, la aventura que llevará a Ethan y su (no) sobrino a la búsqueda inclemente durante varios años —obsesión, justicia y supremacía blanca de la mano— de la sobrina del primero, raptada por los comanches.


No deja a un lado John Ford su habitual, enriquecedor y necesario sentido del humor ni son vetados los lugares comunes del western, pero la comedia o el concepto "película de indios y vaqueros" se rinden ante el sentimiento trágico de la vida, que diría Unamuno, que inficiona de arriba abajo los rollos de celuloide. El enfrentamiento entre el invasor y el nativo, la colonización no deseada, está en la base del sufrimiento colectivo, al que hay que sumar los diversos sufrimientos individuales manifestados en las miradas perdidas que tan majestuosamente capta Ford de manera frontal, como la de Ethan —nostalgia pura— cuando se entera de que el rancho de su hermano ha sido probablemente atacado. Miradas y nostalgia que nos llevan, cual flecha india o bala blanca, minutos atrás en el film a dicho rancho y a la escena más inolvidable rodada por Ford para mi gusto. Una partida liderada por un reverendo desayuna junto con la familia de Ethan —recién llegado el día anterior de no se sabe bien dónde— antes de salir en busca de unos indios que al parecer merodean por la zona. Reproducción maravillosa y vívida de un fresco de la época, el desayuno concluye y los hombres y niños abandonan la casa dejando solos a Ethan, su cuñada y el reverendo, quien termina su café mientras ella recoge la capa del hermano de su marido y se la entrega. Suerte de ménage à trois espiritual y silencioso, el pasado envuelve durante unos segundos —comprimiendo años de existencia— a los tres personajes, evocándolo sin una sola palabra, tan solo mínimos gestos, y dejando en el aire insinuaciones sentimentales que pueden ser tantas o tan pocas como el espectador desee. El cineasta primitivo, curtido en el periodo inicial y silente del medio, ha perfeccionado su arte llevándolo a su nivel más alto sin perder la frescura (o la inocencia) fundacional. La mayor de las sutilezas no es amiga de los diálogos o los movimientos de cámara sino del espacio y el tiempo. Los que tan sobresalientemente maneja John Ford en esta enorme epopeya americana sin la que el mejor cine de Martin Scorsese, John Milius, Michael Cimino, Steven Spielberg o Paul Schrader no sería el mismo. Como dijo este último, "hay películas mejor interpretadas o mejor escritas, pero ninguna juega tan a fondo su baza artística como Centauros del desierto".


Nota: este texto está dedicado a mi querido amigo Jacinto García Noda, admirador infinito de Centauros del desierto.

14 comentarios:

  1. Vale notar que LA DILIGENCIA compitió ese año con la inmortal LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

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  2. Sí, ambas películas son de 1939, Ali.

    Saludos.

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  3. Sublimación poética de La obra maestra del cine “Centauros del desierto”, estoy de acuerdo en todo nada que decir ni añadir. Nunca me cansaré de disfrutarla tiene algo que te atrapa a la butaca y no te suelta. Tiene magia, verdad, grandeza la perfección de una obra de arte que siempre quieres volver a ella y nunca defrauda. Muchas gracias por la dedicatoria siempre Centauros.

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  4. Alguna vez lo hemos comentado, Jazzinto, es verla en la tele de pasada y quedarte pegado a la pantalla hasta que termina. Nadie mejor que tú para dedicarle el texto.

    Un abrazo.

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  5. Hay películas que quedarán para siempre
    en el momento que uno las vió
    Son momentos de una vez en la vida
    que una película te gustó
    saludos esde el mar de Miami

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  6. Hola, Recomenzar, en el caso de "Centauros" son muchos momentos diferentes desde los diez años. Y cada vez se convierte en una película ligeramente diferente.

    Un abrazo desde Carabanchel.

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  7. Participo del amor y admiración por esta película de John Ford. Pocas palabras más que añadir a un texto que ha llegado hasta el tuétano, desmenuzando además la misma esencia poética (oportunísimo el calificativo del título), de esta auténtica obra maestra. El encuentro final con la sobrina interpretada por Natalie Wood supuso encantamiento amoroso, pero esto no deja de ser una frivolidad.
    Abrazos,

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  8. Comparto ese amor por John Ford por encima de cualquier otro realizador contigo. Obra que se expande más allá de lo que se vé y se escucha, cuando se habla de films psicológicos nadie repara en este que es el que alcanza un mayor peso específico a este respecto.
    Abrazos.

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  9. Para muchos es la película, para mí solo compite con "Los pájaros" y "El río", aunque haya otras (desde "Y el mundo marcha" hasta "Nostalgia", pasando por "La palabra", "El sabor del sake" o "El viaje de los comediantes") que me gusten casi igual. Perdonada por comprensible, Javier, la frivolidad de Natalie Wood.

    Sí, por eso hablo de "las alusiones y sugerencias de su puesta en escena y de lo que queda fuera de ella", Jorge. Es una película de dos horas que da para veinte comentándola.

    Abrazos.

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    1. Veo que también compartimos amor por El Río, doy por seguro que es la bellísima película de Renoir, cosa que celebro, siempre he pensado que es un film que no suele ocupar titulares y los merece como el que más.
      Abrazos

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    2. No sé si recuerdas que hace unos años escribí en el blog sobre "El río", Jorge, creo que incluso comentaste la entrada. Amor compartido por la obra cumbre de Renoir.

      Abrazos.

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    3. Pues la voy a recordar Gonzalo, tengo la cabeza fatal, y eso no es por culpa del bicho de moda.
      Un abrazo.

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  10. muy buena crítica, dan muchas ganas de verla... y es oque el western no me gusta en general ni Wayne pero a pear de géneros y actores hay solo dos tipos de películas: las buenas y las malas.

    Voy a intentar verla y recordá que están Kubrick y su 2001 también eh jaja... saludos

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  11. Muchas gracias, JLO. El western ha dado películas soberbias. Kubrick es un gran director, por supuesto, a mí todo lo que hizo desde "Atraco perfecto" hasta "El resplandor" me gusta mucho, quizá algo menos "La naranja mecánica" y, por encima de todas sus películas, "Barry Lyndon".

    Un abrazo.

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