lunes, 4 de enero de 2016

La dignidad diluida en el alcohol


El infierno del alcoholismo —una más de los que pueden arruinar tu vida— ha sido retratado muchas veces en la historia del cine, pero pocas películas han plasmado su vileza y patetismo de manera tan espeluznante como Días de vino y rosas (1962). Especialista en comedias sofisticadas y divertidísimas —La pantera rosa (1963), La carrera del siglo (1965) o El guateque (1968) entre ellas—, Blake Edwards demostró igualmente su sabiduría y su creatividad en el terreno dramático al hablarnos sin contemplaciones de lo bajo que puede caer el ser humano cuando la adicción se impone a su dignidad. El largometraje de Edwards se sostiene sobre cuatro sólidos pilares que dan al conjunto del relato la entereza que posee:

 
  • Un guión excelente de J.P. Miller —adaptación del que escribiera para televisión y John Frankenheimer en 1958—, construido mediante elipsis tajantes que sirven para mostrar con la máxima exactitud la degradación de los protagonistas.
  • Dos actores llamados Jack Lemmon y Lee Remick cuyos cuerpos y caras asumen y reflejan excepcionalmente el intolerable vía crucis que padecen sus personajes.
  • Una puesta en escena de Blake Edwards y su director de fotografía,  Philip H. Lathrop, que narra la historia con rigor impecable y explora e ilumina todos sus rincones, paradojas y contradicciones, retratando con ecuanimidad pero sin eufemismos las mayores miserias morales que uno pueda imaginar.
  • La brillante música de Henry Mancini, sin abusar de ella para decir lo que las imágenes no pueden o anular su auténtico valor.



Si bien el mérito y la categoría del film se asientan en que las características mencionadas se aplican a cualquier parte de su metraje, merece la pena hablar de dos escenas soberbias y heladoras que llevan en su seno la esencia del trabajo completo. En la primera de ellas, un Lemmon desquiciado que ha roto un largo periodo de abstinencia destroza el invernadero de su suegro en busca de una botella de whisky por él mismo escondida mientras una tormenta quebranta la tranquilidad de la noche. La segunda escena nos enseña el encuentro entre un Lemmon en ese momento sobrio y una Remick borracha y desahuciada en un motel de mala muerte que acaba con el primero uniéndose a la espectral fiesta y siendo vejado por el propietario de una tienda que intenta robar en busca del oro líquido.


Un final abierto e incierto —cualquier cosa puede pasar en adelante— redondea la película, no solo por ser coherente con la misma, sino porque confirma que Blake Edwards no dirige a sus personajes ni se inmiscuye en sus vidas, siendo ellos los garantes de su destino. Que éste vaya a ser mejor o peor es una cuestión que no atañe al autor de Desayuno con diamantes (1961), quien no busca su condena pero tampoco su redención. Quedarán ésta o aquélla, en todo caso, en manos del espectador, el cual, piense una cosa o la otra, siempre habrá disfrutado del sublime espectáculo cinematográfico que durante dos horas le habrán proporcionado estos Días de vino y rosas.


5 comentarios:

  1. Gran pelicula, la que más me gusta de Edwards que no es ni mucho menos mi cineasta favorito.
    En el tema del alcohol tal vez la que más me guste sea "Dias sin Huella" de Wilder.
    Gran reseña Gonzalo.
    Un abrazo.

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  2. Extraordinario y necesario film, bravo a todo. Solo las interpretaciones del par protagonista, más agónicos y extremos que nunca en su vertiente más netamente dramática, la hacen imprescindible pero, además, estos "días" son básicamente un puñetero portaaviones de Cine en cualquier frente que se quiera tratar. Un ejemplo recurrente, ya puestos, cuando busco un largometraje donde el realizador logra presentar exactamente lo que pretende durante todo el metraje y de forma absolutamente plena (algo menos usual de lo que pareciera). Como apunta Addison (y aún hoy), junto a la de Wilder la obra que sigue plasmando on screen los demonios y miserias del alcohol más y mejor que en ningún otro lugar.
    Abrazo y Feliz Año Gonzalo !

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  3. Gracias, Addi. Yo prefiero los días de Edwards a los de Wilder, aunque la película de éste también sea buenísima.

    Totalmente de acuerdo, Guzz. Aquí el acierto de Edwards es constante, no sobra una sola escena y todas están resueltas excelentemente. Una obra maestra absoluta, sin duda.

    Abrazos y feliz año, amigos.

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  4. Obra maestra total, me gusta eso que dices de final abierto e incierto. Abrazos.

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  5. Así me parece, Johnny, las veces que he visto la película siempre me he quedado dándole vueltas al futuro de sus protagonistas.

    Un abrazo.

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