Quizá sea exagerado decir que su muerte cerró una época y una forma de entender, vivir e interpretar el rock and roll. Quizá. Pero es innegable que la pérdida de Bon Scott significó un cambio tajante en la carrera de AC/DC, que desde ese momento se convertiría en el grupo más famoso del panorama rock, reventando todos y cada uno de los recintos en que actuaba y vendiendo millones y millones de discos.
Sin Bon Scott, es cierto, grabó el grupo australiano el espléndido Back In Black y los más que notables Flick Of The Switch y For Those About To Rock We Salute You. Pero ya no era aquella maravillosa maquinaria de hard boogie heredera directa de Chuck Berry aunque con la distorsión que en la década de los setenta mandaba.
Antes de dejar huérfanos a sus compañeros, Bon Scott grabó la obra maestra de AC/DC y uno de los más memorables discos de la historia del rock and roll: Highway To Hell (1979). Su sonrisa en la parte superior derecha de la portada es la mejor manera de invitarnos a tan suculento festín. Festín que comienza con el archiconocido tema que pone nombre al álbum y termina con el vicioso blues de Night Prowler. Entre medias, prodigiosos riffs, un Angus Young excelso con el contrapunto exacto del resto del grupo y un Bon Scott que más que cantar rock and roll es el rock and roll.
Perfección y goce constante sería la mejor manera de definir Highway To Hell. Se han publicado discos igual de buenos, sí, pero ninguno mejor, o al menos a mí no se me ocurre. Quede aquí este elogio a la electricidad mejor utilizada.







junio de 1965 John Coltrane reunía en el estudio a su cuarteto clásico más siete músicos (de los cuales el gran Freddie Hubbard había intervenido en la gestación de Free Jazz) para grabar las dos tomas de Ascensión, cumbre de la obra de un saxofonista que ya había publicado el año anterior Crescent y A Love Supreme. Ahí es nada. El resultado es de tal fiereza que llevó a un crítico de la época a catalogarlo como "el más poderoso sonido humano jamás grabado". Coltrane parece haber contagiado a sus acompañantes esa intensidad única que tenía al tocar el saxofón en una improvisación absolutamente libre de cuarenta minutos que, una vez completada la escucha, no puede sino dar paso al silencio. Pues, si la obra de arte tuviera algún objetivo, diríamos que el de Ascensión es conseguir que el sonido dé réplica al silencio para abrazarse a él una vez finalizada la interpretación.