miércoles, 10 de junio de 2020

La culminación de la trilogía del terremoto



Heredero iraní de la tradición neorrealista europea, el cine de Abbas Kiarostami —el mago persa, en palabras de Guillermo Cabrera Infante— bebía igualmente de las fuentes idiosincráticas de su entorno cultural y artístico que de sus posibilidades económicas (hacer de la necesidad virtud), lo que, unido a la fuerte personalidad del director de Copia certificada (2010), dio con unas películas demasiado particulares como para declararlas hijas únicas de Roberto Rossellini o Las mil y una noches.


A través de los olivos (1994) es uno de los largometrajes más emblemáticos de Kiarostami, último de la trilogía vinculada al terrible terremoto que en 1990 asoló parte de la provincia de Guilán. El primero de ellos (¿Dónde está la casa de mi amigo?, 1987) se asocia a posteriori por haberse rodado en uno de los epicentros de la catástrofe tres años antes de haber sucedido. La segunda parte de este tríptico audiovisual (Y la vida continúa, 1992) cuenta cómo un cineasta, trasunto del propio Kiarostami, retorna al lugar donde rodó la primera para saber de sus protagonistas. Vuelta de tuerca definitiva, A través de los olivos recoge a un equipo en la misma zona filmando su antecesora para dar con hora y tres cuartos de celuloide fascinante que desemboca en un último plano —general y extenso— absolutamente maravilloso. Los recursos que utiliza Kiarostami son fáciles de identificar: derribo de las barreras entre ficción y documental, alusiones metalingüísticas, actores no profesionales, repetición, diálogos sencillos sobre temas trascendentales cuya exposición meridiana y natural no rebaja su carácter filosófico, humor sutil y un mensaje relativamente optimista o, si se quiere, vitalista. Una vez identificados, claro, la habilidad para ponerlos en escena y darles coherencia corresponde a su autor. Algo tan universal y manido como el amor cobra nuevo sentido artístico en manos de Abbas Kiarostami y un cine que, aun encontrándose en los antípodas del discurso canónico hollywoodense, tampoco juega a ser artificio abstracto de una vanguardia displicente con el relato tradicional o la corporeidad narrativa.



Si bien la obra de Kiarostami y los procedimientos para ponerla en pie se irán haciendo más depurados, originales e intransigentes con el paso de los años, la simplicidad expositiva que esconde todas las complejidades posibles y es madre de una creatividad extraordinaria se mantendrá el resto de la década en la mirada que sostiene El sabor de las cerezas (1997) y El viento nos llevará (1999). Ten (2002), Five (2003), Ten On Ten (2004) y Shirin (2008) desviarán su trabajo, no sin razón, hacia la polémica posmoderna, el arte por el arte o la pura formalidad, acusaciones excesivas que no obstan de tachar de discutibles dichos esfuerzos fílmicos de un creador único que solo por el guión, los planos y los sonidos de A través de los olivos ya merecería nuestra admiración eterna.



4 comentarios:

  1. Creo que es esta la primera referencia que tengo de la obra de este director, aunque el título de "El sabor de las cerezas" me suene en la lontananza de la memoria. La referencia que haces de Cabrera Infante, ¿proviene de algún libro suyo?
    Abrazos.

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  2. Pues es uno de los mejores de los últimos cuarenta años, y no exagero nada, Javier. Creo que Infante lo dice en alguno de sus libros sobre cine, pero lo he leído y escuchado en bastantes ocasiones.

    Un abrazo.

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  3. No conozco a este cineasta, me pongo con él en cuanto pueda, gracias.
    Abrazos.

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  4. Esencial, Addi, coméntame qué te ha parecido si ves alguna de las películas que comento.

    Un abrazo.

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