No creo que la clasificación sea mala per se, pero sí que es cierto que, aun siendo necesaria para orientar el comentario, puede resultar restrictiva. De la clasificación al encasillamiento a veces hay un paso, más corto si cabe en el camino que lleva al prejuicio. Y si hay un grupo que huye de las clasificaciones, pero que al entrar en ellas es encasillado y prejuzgado —sin llegar a ser escuchado— es King Crimson. Dentro del bote del rock sinfónico, veo más paralelismos entre su obra y la de Miles Davis, Soft Machine (y Robert Wyatt) o Can (y el kraut rock) que la de Genesis o Yes, verbigracia. Sin embargo, más que paralelismos o similitudes, lo que hay en King Crimson, aparte de un constante cambio de miembros de los que Robert Fripp es el único fijo, es libertad creativa y cientos de detalles en una música de gran belleza.Último trabajo en estudio de la primera etapa del grupo —ésa que tiene como punto de partida 1969 y el soberbio In The Court Of The Crimson King—, Red (1974) es un disco espléndido que se abre con un homónimo instrumental compuesto por Fripp. Un tremendo riff de guitarra guía seis minutos de algo que si no es hard rock, por la intensidad del tema más que por su estructura, se le parece. Fallen Angel es una hermosísima balada made in King Crimson, con una de esas melodías tan propias del grupo. One More Red Nightmare fluctúa entre el pop, el rock y el jazz, mientras que Providence, con el violín de David Cross, se acerca a la música clásica de cámara, en la introducción, y a la concreta y atonal en el resto del tema. Starless hace compendio de todo lo anterior durante los doce minutos que dan por finalizado el álbum.
Pero, como decíamos, la música de King Crimson huye de fáciles definiciones y los caminos por los que transita son demasiado particulares como para que las palabras puedan dar más que una ligera aproximación, si no caen, por desgracia, en la contradicción de incidir en el problema clasificación/encasillamiento/prejuicio comentado. Pesa a ello, sí que afirmamos que la extraordinaria labor de Bill Bruford a la batería, la guitarra y el mellotron de Robert Fripp y la intervencián de vientos agudos (oboe, corneta, saxos alto y soprano que colorean arreglos exquisitos) confieren una importancia definitiva a la interpretación, enriqueciendo y dando una personalidad a cada una de las composiciones, que —gracias a los matices que aporta la diversidad instrumental— suenan únicas y diferentes a las de sus contemporáneos sin dejar de representar —no hay paradoja en ello— fielmente a su época. Composiciones de un disco, Red, que ponía punto y final a cinco años de grandes hallazgos que no serían retomados —con nueva formación y orientación, pero excelentes resultados— hasta 1981 en Discipline.

Afectado por el síndrome de Motörhead (demasiado jevi para ser punki, demasiado punki para ser jevi) y siempre a la sombra de AC/DC, Rose Tattoo, epígono pero no clon del grupo de los hermanos Young, publicó un explosivo debut en 1978 (Rose Tattoo, rebautizado Rock 'N' Roll Outlaws en su edición europea) y una dignísima continuación tres años después, Assault & Battery.
A diferencia de otros grupos, en los Ramones las influencias ayudaban a construir el estilo, pero no eran el estilo. El de los Ramones, como el de AC/DC o Motörhead (ya lo hemos dicho alguna vez), era genuino e intransferible. Allí estaban, sí, Eddie Cochran, Elvis, Beach Boys, Stooges, New York Dolls, pero no se imponían, eran sólo referencia en el esfuerzo de los de Queens por recuperar las virtudes del primigenio rock and roll —ése que inficiona los surcos de Leave Home— aunque sin el cariz antisistema que dicho esfuerzo adquiriría al otro lado del Atlántico. Como cantaban los Stones: "I Know It's only Rock 'n Roll but I like it". Ni mejor ni peor que otros, ése podría ser el lema de los Ramones, y del que supieron sacar el máximo provecho aunque el resultado comercial no fuera nunca el esperado.




