Luis García Berlanga ya había ironizado sobre la España cateta y atrasada en la que le había tocado vivir al rodar títulos como Bienvenido, Mister Marshall (1953) o Los jueves, milagro (1957), pero Plácido (1961) y El verdugo (1963) convirtieron el sainete en esperpento al acentuar el humor negro de los argumentos y aumentar la sátira y el absurdo con el uso de sus famosos planos secuencia en los que se agolpan los personajes. La realidad grotesca y agobiante de un país gobernado por la ignorancia y el sectarismo fue perfectamente retratada por la técnica cinematográfica de Berlanga en dos cintas antológicas que, partiendo de guiones del director y el impagable Rafael Azcona, multiplican con su puesta en escena las posibilidades del texto escrito mientras hacen comedia del drama más profundo.
El verdugo es en mi opinión la creación más redonda del autor de Calabuch (1956), a la altura de las obras maestras de Billy Wilder o Federico Fellini, bien por su implacable estructura narrativa, la riqueza inagotable de sus imágenes o el surrealismo injertado en la realidad castiza del Madrid de entonces. La historia de un tipo que no quiere ser verdugo pero que se ve arrastrado a serlo es, al mismo tiempo, un retrato de las mezquindades e hipocresías de la sociedad española bajo la dictadura, un alegato contra la pena de muerte y una descripción universal del monigote que, al no saber defender o imponer su criterio, acaba convertido en la más vil de las personas. Constantemente, el no de José Luis (Nino Manfredi) se convierte en un sí, mezcla de debilidad y estulticia que puede ser delirante (la escena en la que va con su yerno Amadeo —Pepe Isbert— a la firma de libros de un escritor para conseguir una recomendación) o aterradora (el momento perentorio, rodado en un impresionante plano general, en que es conducido a regañadientes a ajusticiar al condenado).
Sin embargo, la brillantez absoluta de la película se debe a que ninguno de sus fragmentos tiene desperdicio. Secuencias como la de la Guardia Civil buscando a José Luis en las cuevas del Drach, donde asiste a un espectáculo musical con su mujer Carmen (Emma Penella), o la visita de estos dos en compañía de Amadeo al piso en construcción que van a adquirir, amén de las mencionadas arriba, pueden quedar especialmente grabadas en la retina del espectador, pero es en el perfecto acabado de cada una de las partes, en la coherencia de la ilación de todas ellas y en la información que tácitamente dan las elipsis que produce dicha trabazón donde reside el secreto de uno de los mejores largometrajes españoles de todos los tiempos. La fotografía de Tonino Delli Colli y el reparto que completan secundarios de lujo como José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, Lola Gaos, Chus Lampreave, Saza o Agustín González ponen la guinda a El verdugo, a la que no faltan la habitual mención al Imperio austrohúngaro de Berlanga y la pelea, no menos corriente, con la censura franquista. Censura que nada pudo con la maestría del realizador valenciano y sus colaboradores.
La mejor reseña que he leído jamás sobre esta obra maestra No tengo nada más que decir
ResponderEliminarUn abrazo
Las comparaciones con Fellini y Wilder hacen honor a una película maestra. No me canso de verla, de admirarla diría más bien, tanto como exaltación del cine en su más puro estado de obra de arte, como de cine de denuncia de una sociedad y un tiempo que me tocó también vivir.
ResponderEliminarExcelente homenaje a una película y a un director, sin olvidar a un Azcona irrepetible y a unos actores en estado de gracia.
Abrazos,
JdG
Pues mil gracias, Addi. Espero haber condensado en tan breve texto la esencia de "El verdugo".
ResponderEliminarEs una comparación justa, en nada envidia "El verdugo" a "La dolce vita", "El gran carnaval" o "El apartamento". Tú sabes mejor que yo de qué habla la cinta de Berlanga, Javier, una España gris y cutre. Gracias por tus palabras.
Abrazos.
Impresionante reseña. Me sumo a lo que dice Add de que es la mejor reseña que he leído jamás sobre esta obra maestra. La censura nunca podrá con las obras maestras. Ovación de gala.
ResponderEliminarMuchas gracias, Juanjo. La censura hace mucho daño, pero acaba siendo presa de sí misma.
ResponderEliminarAbrazos.