Cineasta de escaso interés por lo general, Joel Schumacher dio lo mejor de sí mismo en Un día de furia (1993), construyendo un relato de ajustado crescendo, paranoia kafkiana y crítica social sobre la base de un guion del actor Ebbe Roe Smith. Michael Douglas interpreta a William Foster (o D-Fense, el código de su matrícula personalizada), un hombre desconfiado e irritable del que sabremos que tiene una orden de alejamiento de su ex mujer y su hija (a la que quiere ver por su cumpleaños a pesar de la negativa rotunda de su madre) y fue despedido del trabajo un mes atrás. Desde que deja su coche tirado en medio de un atasco en Los Ángeles, Foster vivirá una serie de sucesos que incrementará su hastío, multiplicará la violencia y sacará a colación los problemas y desigualdades latentes en la enorme urbe californiana.
El tráfico , el coste de la vida, las pandillas, la publicidad engañosa, la tenencia de armas, el neonazismo, el abismo entre pobres y ricos, la escasez de medios de la policía para proteger a las mujeres acosadas, el engaño al que la clase política somete a la población… éstos temas (que la gran ciudad y los Estados Unidos comparten con diferentes países) y otros asaltan al espectador mientras Foster cae en un agujero sin fondo (Falling Down es el título inglés original) en el que la frustración existencial se presenta bajo un prisma trágico (los pandilleros muertos en un accidente tras matar a varios transeúntes) o humorístico (no tienen precio las escenas en la que un niño negro que piensa que Foster es el protagonista de un rodaje le enseña a utilizar un lanzacohetes que el segundo se ha llevado de la tienda de un supremacista blanco al que ha quitado la vida o la del campo de golf privado en el que uno de sus miembros intenta dar con una pelota a Foster y sufre un ataque al corazón tras sacar aquél un arma).
En contraposición al personaje que encarna Douglas, el de Robert Duvall. Martin Prendergast es un policía en su último día de trabajo (topicazo del cine de Hollywood) que se jubila para cuidar de su mujer y que perdió una hija. Ambos se encontrarán en el desenlace al que conducen —cual brevísimo y perentorio viaje iniciático de destrucción— unos hechos y situaciones rocambolescos que, eso sí, dejan meridianamente claro que la línea entre la normalidad y el horror es muy fina y casi nadie está exento de cruzarla en un momento dado. Schumacher y sus actores se encargan de hacer creíble este descenso a los infiernos (angelinos), sin que el exceso de lo contado devenga exceso audiovisual y apoyándose en la excelente música de James Newton Howard. El calor, el agobio y la tensión creciente se palpan por igual en el rostro de Douglas y en la planificación del autor de Asesinato en 8mm (1999), quien realiza en Día de furia su trabajo más logrado y personal. Por encima, desde luego, de adaptaciones de John Grisham o recreaciones del universo de Batman.
Nunca había pensado en esta película como un ambiente kafkiano, porque por lo general Kafka se me viene a la mente cuando hay extrema burocracia, pero poca violencia.
ResponderEliminarLa secuencia en el Mc Donalds pareciera confirmar tu aseveración, creo que tendría que volver a verla.
Abrazos
Es obvio que las pesadillas kafkianas de "El castillo" y "El proceso" desarrollan embrollos burocráticos, pero yo sí veo concomitancias con el espíritu de la obra de Kafka en la película, aunque la actitud del protagonista de "Un día de furia", y la violencia que desencadena, sea muy diferente de la de K. Sí, la secuencia del McDonalds (o la hamburguesería que sea) daría para una novela como las dos que he citado.
ResponderEliminarAbrazos, Frodo.
No la he visto, pero has despertado mi curiosidad y espero poder visionarla en breve.
ResponderEliminarAbrazos.
Te la recomiendo sinceramente, Jorge.
ResponderEliminarUn abrazo.