"Notamos la influencia que sobre el guitarrista de Algeciras han tenido los músicos de jazz con los que se relacionó en los años anteriores, conservando sin embargo toda la esencia flamenca", escribe Faustino Núñez en las notas que acompañan a Siroco (1987). Lo hace para explicar el segundo tema del disco, una rondeña que Paco de Lucía dedica a su hijo, a Mi niño Curro. El músico andaluz ha absorbido aquí y allí, cierto, no ha cerrado a nada sus oídos, pero es flamenco lo que toca, lo que expresa su guitarra, seis cuerdas absolutamente sublimes en los ocho temas que conforman el álbum que hoy comentamos. Antes de Mi niño Curro ha sonado La cañada, abriendo por tangos De Lucía en compañía de Rubem Dantas al cajón y a la guitarra. La Barrosa y sus alegrías surgen de la playa chiclanera, potenciando las figuras melódicas y armónicas del autor de Fuente y caudal el taconeo de Juan Ramírez. Irrumpe la rumba mediante Caña de azúcar, acompañado Paco de Lucía por las palmas de su hermano Pepe y la segunda guitarra de José María Bandera. Palmas, jaleos y taconeo caminan junto con la guitarra en El pañuelo, que desarrolla unas espléndidas bulerías. Callejón del Muro es una minera done técnica y emoción llegan de la mano a la cima flamenca. Con los tanguillos para su hija Casilda, Paco de Lucía va finalizando el elepé, que concluye homenajeando a Manuel Serrapí, el guitarrista sevillano, mediante una soleá extraordinaria titulada, cómo no, Gloria al Niño Ricardo. Solo con Luzia en la década posterior igualará (o superará) Paco de Lucía los logros de este magistral Siroco, un trabajo perfecto que conculca cualquier división plausible aun en lo taxonómico entre arte culto y popular, pues aquí lo popular deviene culto y lo culto se rinde a lo popular.

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