lunes, 25 de marzo de 2019

Sonic


A su habitual órgano Hammond y un piano sumaba Marta Ruiz dos cajas de ritmos (nombradas "Groove box 505, 303" en los créditos del CD) que traían la polémica. Así es. Cinco años después de Sum, Sex Museum volvía con Sonic (2000), en el que el grupo añadía tecnología para modernizar su discurso sin perder su contundencia o escribir malas canciones. Vistas casi dos décadas después de su publicación, las pegas puestas al disco suenan falsas y forzadas, pues la banda madrileña sigue siendo una maquinaria letal de rock and roll en un trabajo que contiene —hechos para enardecer en vivo a la parroquia— dos de sus himnos definitivos: Flyin' High y Let's Go Out.

P.V.C. es un medio tiempo imponente que sitúa al quinteto en terrenos de hard rock ligeramente industrial y se hace perfecto para abrir impactantemente un álbum, como es el caso. El mencionado Flyin' High (R&R 65), irónica apología del cantante o artista de éxito, arrasa con su ritmo rápido y ese cruce entre AC/DC y el techno. De potentes riffs y batería, We Can Move tiene un aire a Rammstein, aunque su metal industrial esté alejado de la ridícula solemnidad del grupo alemán. I Walk Alone no abandona del todo dicho patrón, pero aporta un matiz progresivo. Introspectiva y sugerente, Empty's My Soul (In A Ocean Full Of People) se olvida de la distorsión durante sus hermosos seis minutos para que paseemos por diversos, delicados e inspirados motivos melódicos. Can't Stick Around recupera la pegada mediante un tema redondo y muy pegadizo, hard rock con aroma a garage en el que insiste Night Monster, si bien aquí la parte instrumental tenga un peso mayor. Gotta Get Away pasa del pop psicodélico al rock guitarrero en dos ocasiones, contraste que funciona a las mil maravillas.

La hemos nombrado en el primer párrafo porque Let's Go Out es una de las mejores composiciones de la banda de los hermanos Pardo. La introducción y el riff que la acompaña, la tensión que anuncia la estrofa y desata el magnífico estribillo, la voz de Miguel, el solo de Fernando, las teclas y los secuenciadores de Marta Ruiz, la batería de Kiki Tornado, el bajo de Pablo Rodas: todo es de oro en una canción infinita que a cada escucha renueva su energía y aumenta sus posibilidades. Pills sigue la senda de Can't Stick Around y Night Monster, con el órgano y las máquinas de Ruiz pegando fuerte. Cobra Song es un final instrumental algo insolente, luminoso ademán de bossa nova interpretado por unos roqueros muy abiertos de miras que parecen decir sin estridencias pero claramente: ¡¡Puristas, alejaos de mí!! Una independencia de criterio que ya se conocía y que el tiempo ha ido consolidando e incluso aumentando. La de Sex Museum y su espléndido y poco reivindicado Sonic, justo antes de que Loza se hiciera con las baquetas y el quinteto grabara el magistral Speedkings, palabras mayores aquí ya glosadas. Dicho sea de paso.

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