lunes, 24 de abril de 2023

Primer premio II Certamen de Relato Corto del Lope de Vega

Del libro de relatos que publiqué en 2019 (La figura de cartón. Relatos de juventud, dolor y violencia) dejé fuera dos que, aun siendo de época similar, no me parecían adecuados, por tono y estilo, para ser parte de él. Uno de ellos, Una obra de arte en sí mismo, ha sido galardonado con el primer premio en el II Certamen de Relato Corto del Lope de Vega (instituto madrileño), cosa que me ha hecho mucho ilusión. Lo reproduzco a continuación.

 

UNA OBRA DE ARTE EN SÍ MISMO

    —Documentación, por favor —solicitó de nuevo.

    El policía nacional miraba a aquel individuo sin salir de su asombro, pero sin poder llegar a indignarse.

         —Le vuelvo a repetir que el señor Martínez no viaja en calidad de ser humano, así que no tiene por qué mostrarle documentación alguna. Yo soy su marchante y respondo por él —dijo el acompañante.

         —El señor Martínez tiene un billete a su nombre, así que debe mostrar su documentación si quiere viajar. —El policía trató de mantener la calma, aunque dejó clara su autoridad—: Las cosas son así.

         La multitud se apretujaba para pasar el control, y ya se empezaban a escuchar las primeras quejas. «¿Qué pasa?», se oía. «Uno que no quiere entregar la documentación.» «¿Por qué?» «Porque dice que es una obra de arte.» «Un loco.» «Un enfermo.» «Sí, hombre. ¡Un jeta!»

         El señor Martínez, mientras tanto, no se inmutaba. Vestido completamente de blanco, la mirada perdida y los labios sellados, su pelo corto y sus gafas de concha le daban un aspecto de Herman Hesse aún más colgado. El policía recordaba una foto de una edición de Siddharta, que había visto leer a su hermano al menos cuatro o cinco veces. O más. Su hermano no había querido ser policía.

         El marchante entregó un documento que llevaba en la mano al miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Era una solicitud de exportación temporal con el membrete del Ministerio de Educación y Cultura encabezándola. El señor Martínez, «una obra de arte fabricada con materias orgánicas vivas», debía ser trasladado temporalmente a un país del norte de Europa para ser expuesto en algún museo. El documento tenía el correspondiente sello del organismo oficial. El policía miró a su alrededor preocupado, porque aquello no parecía una tomadura de pelo.

         —Si es una obra de arte, el señor Martínez debería viajar en la bodega —dijo perspicaz.

         —No sería bueno para la conservación de la obra.

         —Cualquier pasajero con billete debe mostrar su documentación. —Esta vez el policía se dejó arrastrar por las convenciones al intentar dar la vuelta a su argumento. El marchante guardó silencio unos segundos, hasta que extrajo un papel doblado de su chaqueta.

         —Mire —dijo—, quizá esto le convenza.

         El policía cogió lo que el marchante le ofrecía. Era un recorte de un periódico en el que se veía al señor Martínez, a la obra, en una foto —con la misma ropa alba— bajo la que un titular rezaba: «Fuerte polémica en O.». Mutilado por la acción de unas tijeras, arrancaba un texto que hablaba de la controversia creada por el artista que a sí mismo se exhibía y lo que muchos consideraban una mera provocación. El policía leía, aun a sabiendas de que no debía hacerlo. La masa, en el ínterin, se había revolucionado y las quejas habían dado paso a los gritos. Las palabras del marchante interrumpieron su lectura:

         —Siendo éste como es un caso excepcional, un radical experimento estético, entiendo sus dudas y comprendo sus razones. Me pongo en su lugar, agente. ¿Un ser humano que al ser obra de arte deja de ser, y nunca mejor dicho, humano? ¿Una obra de arte demasiado humana para que merezca que se aplique en su persona la Declaración Universal de Derechos Humanos, que infringiríamos, claro, si le dejamos viajar en la bodega reduciéndole a mero objeto que no siente, que no piensa, que no sabe? La vanguardia, bien sabe usted. ¿Dónde empieza la ficción?, ¿dónde acaba la realidad? La vida imita al arte, el arte imita a la vida. Pero ¿qué es el arte?, ¿qué es la vida? ¿Qué?

         El policía asistía atónito a aquel tour de force del marchante del señor Martínez, una obra de arte autosuficiente. De repente vio que una pareja de la Guardia Civil se acercaba e intentaba tranquilizar a los viajeros. La situación se le escapaba de las manos.

         —Pasen, pasen —dijo. No tenía otro remedio.

         El señor Martínez y su marchante se alejaron. El rostro de la obra no se había alterado y se dirigía a la zona de embarque como si nada hubiera sucedido.

         —¿Qué sucede? Decían algo de una obra de arte —preguntó uno de los guardias.

         —Nada, unos del Ministerio de Cultura que van a una exposición. Parecía que no tenían los papeles en regla, pero ya está todo solucionado.

         —Pues vaya jaleo que se ha armado.

         —Sí, voy a seguir con mi trabajo. Me espera una buena cola.

         Los guardias se alejaron. El policía ojeó el pasaporte que le entregaban hasta que una voz con fuerte acento extranjero le sacó de su abstracción:

         —Perdone.

         —¿Sí…? ¿Eh? Tome, tome.

         Acababa de caer en la cuenta de que el marchante del señor Martínez tampoco le había enseñado su documentación.


 

10 comentarios:

  1. No sólo la música está en vos, sino también el espíritu narrativo. Felicidades. Un abrazo. Carlos

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  2. Muchas gracias, Carlos. Sí, tengo dos novelas y un libro de relatos publicados. Y uno de poesía pendiente de ver la luz algún día.

    Un abrazo.

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  3. Me gustó el inesperado giro final.
    Enhorabuena, Gonzalo

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  4. Felicitaciones por el logro ,bien merecido y con deseos de que sigan los exitos

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  5. Original planteamiento inicial y como era de esperar, muy bien manejado y felizmente rematado.
    Enhorabuena por ese merecido premio.
    Un abrazo.

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  6. Muchas gracias a los tres, Alberto, Luther y Jorge. Me alegra que os haya gustado.

    Un abrazo.

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  7. Muy bueno .. profundas preguntas en unos pocos párrafos. Un abrazo

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  8. La fuerza intrínseca del texto me provoca transformarlo en una secuencia cinematográfica. El director sería cuestión aleatoria, aunque pegaría que por aquí aparecieran un Buñuel o un Gª. Berlanga, por ejemplo. Los planos, más bien un único plano, enfocaría a los protagonistas a la altura de sus rostros, la caracterización de sus gestos mientras hablan, observan o callan, completaría la pantalla. La aparición de la pareja de la Guardia Civil (muy berlanguiana) le otorga un toque de realismo mágico.
    Enhorabuena (en blanco y negro, por supuesto)
    Abrazos,

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  9. Maravillosa tu aportación, Javier. Mi mente ha seguido a la tuya fabricando un plano secuencia a lo Berlanga (aunque el maestro es mucho maestro para osar imitarle) y me lo he pasado en grande.

    Un abrazo.

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